Tarde de domingo, el cielo amenaza lluvia, morro de levante, al fondo la farola y, detrás, la Alcazaba, la catedral y árboles pintados aún de otoño. Miro hacia el lado de la mar y me embarga la nostalgia y el recuerdo de aquella lejana canción de la que aún conservo un jirón en mi memoria. Me la cantaba mi abuela Dolores, la madre de mi madre, cuando yo era niño en recuerdo del naufragio de aquella fragata alemana («Gneisenau»), de aquel triste buque escuela el 16 de diciembre de 1900:
«Ya no se comen sardinas,
chanquetes ni caramales (sic),
porque se ahogaron en el muelle
los probeticos (sic) alemanes…».
Me voy a casa. Me espera «Scheherazade» de Rimski-Kórsakov.
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