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Estampas

Recuerdo como si fuera ayer, cuando tumbado en la fresca acera de la calle donde nací, jugaba con una bonita colección de cromos. Cromos que me regaló mi amigo Andrés, en un álbum del Chocolate Nestlé. Cromos donde la naturaleza, las aves, las banderas y los inventos, pasaban ante los nuevos y ávidos ojos de mis siete años, como una deslumbrante sucesión de cosas inolvidables y a la vez fascinadoras. La bandera de Puerto Rico, las abubillas, el submarino, etc.…

Todo era como introducirme en una mágica caja de sorpresas, donde yo, como una Alicia de cuento, cayera y subiera por la ingravidez de sus imágenes y colores.

Desde aquella acera fresca, recién regada por mi madre, en la mañana veraniega de mis primeras vacaciones escolares, yo, no sé si el mismo que hoy intenta revivir aquello, comenzaba a descubrir el mundo. A fijarme en los ojos redondos y luminosos de los pájaros; a investigar en mi inocente cerebro el por qué de las rayas y escudos en unos cuadros pequeños que mi padre llamaba banderas y que decía servían para separar las tierras y a los países. Desde allí también intuía el quehacer preocupado del hombre. Su labor en silencio, su imaginación desbordada en extraños aparatos de rara geometría llamadas inventos… Isaac Peral, Stempson, Edison, etc., nombres que me parecían venir de más allá de las estrellas. De aquellas estrellas cosidas al cielo negro y profundo de las noches de mi niñez. Nombres ,que me sonaban, como una letanía dicha en reposo y casi en silencio, como se solían decir las oraciones al bendecir la mesa; yo los relacionaba, en mi corta capacidad de deducciones, como si todas aquellas cosas tan extrañas y a la vez divertidas, fueran como un lejano manjar, un singular alimento, que servía para todos.

Estampas de mi calle. Aun creo que siento en alguna parte ignorada de mi cuerpo, la fresca sensación de aquella acera en forma de pastillas de chocolate. Y a la mañana de julio olorosa de higueras cercanas, que disputaba al celeste del cielo, el ocre centelleante de las casas de una sola planta, un itinerario de ascensos alargados de sombras y voces femeninas. Recuerdo esa mañana de julio. Es más, no la recuerdo, es imposible hacerlo cuando no se ha podido olvidar.

Sólo tengo una mañana en mi existencia. Una sola mañana, para poder un día acostar mi vida y dejarla transcurrir, entre el sopor de un cálido sol que comienza y la sensación alegre y entretenida de haber ojeado un álbum de estampas a color…
Buenos días y Buenos recuerdos

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Estampas

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