Ángel es meticuloso, perfeccionista, exigente con su propio trabajo, formal. Un hombre acostumbrado a esperar. Mira encuadrando y piensa en las proporciones y en la geometría. Sonríe pronto y enseguida se le nota en los ojos la nobleza, en el más noble sentido del término, la nobleza antigua de las personas sinceras, honradas y buenas.
Es un hombre acostumbrado a afrontar tanto la luz como la más negra oscuridad. Y en medio de esos dos extremos, de ese abismo infinito, conoce todo el muestrario de matices intermedios. Tiene la calidez del sur y la hondura de ser muy buen compañero. En esta ciudad de contrastes vive desde siempre, pero en febrero pasado quiso más y se marchó a buscarlos con decisión.
Islandia es el negativo –en términos fotográficos- de la cálida Melilla y allí, tan lejos, encontró la desolación de la nieve por todas partes; el helado filo de los témpanos, la soledad confiada de los nórdicos de más al norte; la austeridad casi desnuda de las edificaciones y de los parajes sin árboles, sin nada.. Con casas como islas rodeadas de blanco por todas partes, donde lo más exuberante que encontró fue una cascada monumental, un amanecer eterno y formas de la naturaleza soberbia como órganos vivientes.
El paisaje de las fotos de Ángel Ruiz Mígens es descarnado, atrevido, singular y está frío, está helado. Menos mal que de cuando en vez se intercalan fotos panorámicas de nuestra cálida Melilla, con sus ocres entre el marrón y el naranja rojizo de los amaneceres de cada día. Islandia, en el extremo cromático, geográfico y antropológico opuesto a Melilla, tiene lugares tan impronunciables como Höfuôborgarsvaedid y con gentes tan confiadas como silenciosas y eficaces, con su proverbial protección a la naturaleza, sus pequeños caballos y su Playa de los Diamantes, donde los icebergs que los glaciares van despachando al mar se hacen añicos con el oleaje y siembran la playa de brillos extraños y de diamantes de hielo.
Islandia, donde se bañan los trolls, donde nunca hay casi nadie en ninguna parte, ni siquiera lo que en el resto del mundo se conoce como vegetación, donde flotan las auroras boreales y los reflejos inquietantes. Un puro contraste con nuestras vistas habituales. Un contraste encontrado y subrayado. Esta exposición que acaba de inaugurarse estará en el Casino Militar hasta el 12 de diciembre y merece mucho la pena verla. Allí verás a un hombre grande, sonriente y amable. Es el fotógrafo meticuloso y perfeccionista, compañero de colegio y amigo hasta el presente desde aquellos años tan lejanos como entrañables y decisivos. Se llama Ángel Ruiz Migens y es un artista. Buen provecho.
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Encontrando contrastes
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