En un contexto de diversidad y multiculturalidad, Melilla enfrenta desafíos políticos derivados de su historia compleja y su situación fronteriza. Según Emilio Guerra, estos elementos han convertido a la ciudad en un espacio donde los discursos polarizadores pueden ser electoralmente rentables. Sin embargo, Guerra advierte sobre los peligros de convertir la riqueza de la ciudad en una amenaza a través de mensajes políticos que apelan al miedo.
Guerra señala que «la diversidad no debilita a Melilla», sino que son otros factores como el desempleo, la falta de vivienda asequible, la carestía de la vida y el abandono de los barrios los que realmente afectan a la ciudad. Según él, la verdadera seguridad no se logra mediante discursos de miedo, sino afrontando estos problemas con soluciones efectivas y promoviendo una convivencia en igualdad.
El llamado de Guerra es a construir un discurso alternativo que sea «claro, pedagógico y movilizador», que no solo enfrente los problemas reales, sino que también evite las narrativas de exclusión. Subraya la necesidad de reformular la identidad melillense en términos positivos, destacando que «la riqueza de Melilla está en sus comunidades» y que esta diversidad es una fortaleza y un orgullo.
Guerra enfatiza la importancia de la unidad entre los melillenses para reclamar lo que les corresponde: «inversión, oportunidades y futuro» para todos, no solo para las élites. Reflexiona sobre cómo, a pesar de 50 años de democracia y 30 años de Estatuto, Melilla sigue enfrentando problemas históricos a los que se suman nuevos desafíos.
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