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Elogio y lamento por Melilla

Nada tiene de exótico pasear cualquier mañana por el barrio del mercado en Melilla. Al contrario. Va uno con la mirada deslumbrada por el sol del Mediterráneo (aquel que despidió a Chirbes hace ahora dos agostos), por la belleza del modernismo humilde y equilibrado de los edificios de Enrique Nieto o los más atrevidos de Ramón Gironella: la Casa de los Cristales, por ejemplo; por la plaza de España, donde aún perduran dos escudos de cuando aquí hubo una república, por la monumental entrada del Parque Hernández, frondoso jardín botánico levantado sobre un espacio con forma de cañón que mira al puerto, a la estatua del comandante Franco y al cargadero de mineral, orgullo de la ingeniería española de los años 20 y que tan profusamente utilizaron los nazis, y descubre, digo, que otra ciudad nada exótica habita a pocos metros del Triángulo de Oro que diseñara José de la Gándara a comienzos del siglo XX.

Una ciudad sucia convertida casi en almacén, con las aceras llenas de habituales vendedores ambulantes de chumbos, uvas y nectarinas, coquinas en cubos de agua al sol, cajas sobre el suelo ennegrecido y miradas poco amigables de unos vecinos que desconfían de los turistas que fotografían el deteriorado mirador de azulejos y vidrieras frente al mercado o se paran a contemplar la armonía neonazarí de la mezquita que levantó Nieto en 1945, cerrada para el visitante, como también lo está la sinagoga, dos comunidades que viven de espaldas a la cristiana demostrando que el mito de la convivencia es ahora tan falso como lo era en Al-Ándalus.

Con casi la mitad de su población musulmana, Melilla es junto a Ceuta y Barcelona la ciudad de España donde más adeptos encuentra el salafismo radical. Indigna el deterioro de un territorio fronterizo, esencial para nuestra seguridad e indisolublemente ligado a la historia de España desde que los Reyes Católicos enviasen a Pedro de Estopiñán a levantar la fortaleza y las murallas que aún perduran. El cementerio, a donde de manera clandestina y acomplejada fueron trasladados los restos de Sanjurjo hace unos meses, es uno de los pocos lugares en nuestro país en los que puede trazarse la tragedia del sueño imperial español: tumbas y mausoleos en honor del cuerpo de regulares de Alhucemas donde yacen jóvenes de no más de 25 años arrastrados desde la península a una muerte segura. Es como si todos quisieran olvidarse de nuestra historia y cumplir el deseo del Rey Juan Carlos que quiso ceder la ciudad a Marruecos, cuenta el historiador Charles Powell, como gesto de genuflexión inaudita a EEUU y a la dictadura de Hassan II. No se entiende este abandono consciente.
(Artículo publicado ayer en El Mundo que por su interés reproducimos)

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