Carta del Editor.

MH, 26/10/2025

Enrique Bohórquez López-Dóriga

 

Acabo de terminar de leer “El último día del viejo mundo”, un libro de Adrián Ball cuya acción transcurre en un solo día, el 3 de septiembre de 1939. Hitler había invadido Polonia (como ahora ha hecho Putin con Ucrania). Inglaterra y Francia declararon la guerra a la Alemania nazi, que no esperaba esa reacción. La II Guerra Mundial empezó.

Aquel día el mundo aún no sabía que despertaría distinto. Las radios seguían sonando, los cafés bullían, los trenes circulaban… y sin embargo, algo en el aire se había quebrado. El pacto de civilización que Europa había tejido tras la Gran Guerra (la 1ª GM) se desplomaba bajo la bota del totalitarismo. Era el fin de la ingenuidad -si se quiere simplificar la situación-, era el último día del viejo mundo, como se pudo comprobar un poco más tarde.

En un solo día, el 3 de septiembre de 1939. Hitler había invadido Polonia (como ahora ha hecho Putin con Ucrania). Inglaterra y Francia declararon la guerra a la Alemania nazi, que no esperaba esa reacción. La II Guerra Mundial empezó.

Hoy, casi un siglo después, otro silencio tenso recorre el continente. Putin ha invadido Ucrania con la misma mezcla de cálculo imperial y desprecio por la diplomacia que caracterizó a los regímenes de entreguerras. La reacción de Occidente —vacilante, moralmente firme pero estratégicamente difusa— recuerda a los titubeos previos a Múnich. La historia, decía Marx -que se equivocó en muchos vaticinios, aunque acertó en otros- se repite: la primera vez como tragedia, la segunda como farsa. Pero en esta repetición histórica actual hay algo más profundo: el retorno de la historia misma, después de décadas en que creímos haberla enterrado bajo la globalización y los algoritmos.

Otra vez Polonia

Nuestro gran colaborador Gonzalo Fernández lo resume muy bien en su artículo de hoy: “Cada agresión -rusa, putinesca- individual es “menor”, pero juntas configuran una ofensiva sostenida que busca erosionar la confianza occidental, sin llegar a provocar una respuesta colectiva inmediata. El resultado es una guerra cada vez más agresiva sin que muchos europeos se atrevan siquiera a llamarla por su nombre…Es una guerra de desgaste psicológico. Rusia prueba hasta dónde puede llegar y Polonia -otra vez Polonia- en cambio, queda en la incómoda posición de centinela de un continente que todavía no se siente en guerra. La paciencia polaca tiene un límite; la inacción europea, no parece tenerlo”.

El mundo ha vivido muchas otras fronteras: Chernóbil, la perestroika, etc, con la ilusión de que el futuro sería técnico, no trágico. Sin embargo, las promesas del progreso han envejecido mal. La tecnología, en lugar de unir, fragmenta; la información, en lugar de iluminar, confunde; y las democracias, fatigadas, cada vez más desprestigiadas, se debaten entre la nostalgia y el miedo. Quizá también nosotros estemos viviendo el último día de un mundo viejo, el fin del orden liberal surgido en 1945 – final de la Segunda Guerra Mundial, tras la rendición de Alemania y la capitulación de Japón- y reafirmado en 1989 -caída del Muro de Berlín, final de la Guerra Fría, además de nacimiento de la Inteligencia Artificial, el 18 de junio de 1956.

Nadie sabe cómo será el nuevo mundo. Pero si algo enseña la historia es que los días “finales” nunca lo son del todo: son umbrales. Europa despertó de su tragedia con una unión frágil pero consciente. Tal vez ahora toque otro despertar, uno que devuelva al ideal de civilización su sentido moral. Porque cada generación tiene su 3 de septiembre: ese amanecer incierto donde el futuro aún no tiene nombre.

Europa se sitúa, hoy, como el eslabón más débil del tablero económico global

La debilidad de Europa

Europa padece dependencias estratégicas y falta de reformas, como resumió el profesor Jordi Gual en unas jornadas del IESE (donde yo hice un máster y fui presidente de mi curso). Europa se sitúa, hoy, como el eslabón más débil del tablero económico global, afrontando cuatro grandes desafíos. En primer lugar, la dependencia militar, evidenciada por un gasto en defensa muy bajo. Segundo, la dependencia energética y tecnológica, resultado de la falta de desarrollo con autonomía tanto en el suministro de gas como en el de tecnologías de la información. Tercero, la dependencia estratégica exterior, derivada de la ausencia de una política exterior y de defensa comunes, que permitan a la Unión actuar de manera unificada en el escenario global y reforzar su posición comercial e industrial. Por último, un exceso de regulación y la rigidez de los estados del bienestar.

¿Y Europa? No está tan decidida ahora, invasión de Ucrania, como lo estuvieron Inglaterra y Francia cuando Hitler invadió Polonia. La Unión Europea no es una unidad y está más preocupada por reducir la brecha tecnológica con los gigantes de EEUU y China, que por guerrear en defensa de la justicia y la libertad. Europa tiene urgencia -aunque no demasiada eficacia- en eliminar barreras en el mercado, disminuir la enorme burocracia y atraer más gestión empresarial. Los Estados Unidos del presidente Trump amagan, pero no avanzan en Ucrania.

¿Cómo será el nuevo mundo? Solo sabemos que va a ser muy diferente del mundo actual, que estamos -otra vez, como en 1939- en los umbrales de un nuevo mundo

El nuevo mundo

Efectivamente, nadie sabe cómo será el nuevo mundo. Solo sabemos que va a ser muy diferente del mundo actual, que estamos -otra vez, como en 1939- en los umbrales de un nuevo mundo. ¿De una nueva Guerra Mundial? Esperemos que no, aunque hay que tener siempre presente la realidad de que -como he comentado en algunas de mis Cartas anteriores- la frase “eso no puede ocurrir aquí” es una falsedad: todo puede ocurrir aquí, en este nuevo mundo.

 

 

 

Enrique Bohórquez López-Dóriga

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El último día del viejo mundo

Enrique Bohórquez López-Dóriga

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