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EL RUIDO DE LA VIDA

Vivimos tiempos de confrontación, de polarización, de guerras físicas y arancelarias, de descalificaciones y deslegitimaciones sin límite. En resumidas cuentas, tiempos de mucho ruido. Es en estos tiempos, de escasez de silencio y de recogimiento, en los que más se valora, precisamente, aquello de lo que se carece. Tiempos en los que se echa de menos la posibilidad de apartarse de todo el ruido que nos circunda para visualizar la paz a la que estamos llamados y que nuestro corazón anhela.

 

Vuelven a ser oportunas, estos días, nuevamente, las palabras de Santa Teresa de Calcuta que nos llevan del silencio a la paz.

 

El fruto del silencio es la oración;

el fruto de la oración es la fe;

el fruto de la fe es el amor;

el fruto del amor es el servicio;

el fruto del servicio es la paz.

 

Creo que está afirmación, en forma de itinerario lógico, pronunciada por una cristiana, muy cristiana (muy seguidora de Cristo), puede ser suscrita sin dificultad por cualquier persona con sensibilidad religiosa, con auténtica sensibilidad religiosa, independientemente del credo al que su trayectoria personal, influenciada, indiscutiblemente, por su entorno personal, por su “circunstancia”, le haya conducido.

 

Conviven en España e históricamente han convivido, con mayor o menor fuerza por parte de cada una de ellas, las tres expresiones mayoritarias de las religiones monoteístas, el judaísmo, el cristianismo y el islam, identificadas como las religiones del libro, pues todas ellas tienen un tronco común, aunque han evolucionado en sus ritos y costumbres de maneras muy diferenciadas.

 

Publicaba el pasado lunes, al comienzo de la Semana Santa, en El Faro de Melilla, un artículo, el señor Abderrahim Mohamed Hammu, en el que, bajo el título de “Libertad religiosa y cohesión social”, reflexionaba sobre el modelo de convivencia intercultural en la ciudad de Melilla, que, en su opinión, a la que sumo la mía, podría ofrecerse como modelo en aquellos lugares en los que esta convivencia intercultural se presenta como más compleja o más sujeta a desafíos por parte de interpretaciones radicales o excluyentes de una u otra manifestación religiosa.

 

Estamos a punto de culminar la Semana Santa de los cristianos, la semana grande de nuestra creencia, la de los que nos confesamos cristianos y hemos tenido la oportunidad de volver a detener por unos días, con mayor o menor éxito, el ruido de la vida del que hablaba al principio y volver a reflexionar sobre las verdades profundas de nuestras creencias personales y en qué medida pueden ayudarnos a orientar nuestras vidas cotidianas y nuestras expectativas de convivencia en el “Año de la Esperanza” invocado por el Papa Francisco para este año 2025, tras la publicación de su bula “Spes non confundit” (la esperanza no defrauda) publicada el 9 de mayo del pasado año. Me permito añadir, respetuosamente, al título de la bula papal, que la esperanza no defrauda “a pesar de todo”, pues las primeras impresiones, a la vista de lo que acontece en la realidad global, podrían invitar, indiscutiblemente, al desaliento.

 

En el marco de la Semana Santa que se aproxima a su fin, se nos ha ofrecido a los melillenses, un año más, disfrutar del Acto de Desagravio a la imagen de Nuestro Padre Jesús Humillado, de nuestra Cofradía Castrense, pronunciado con el fervor y la emotividad característicos del intérprete del desagravio de este año, José Pedro Pomares, al que siguió, la interpretación, igualmente fervorosa y emotiva de una saeta por parte de Pepe Pozo.

 

Siempre que presencio este desagravio y observo la imagen de Jesús Humillado me vienen a la memoria los versos anónimos encontrados junto a una imagen de un Jesús crucificado, flamenco, de 1632, que rezan de la siguiente manera:

 

«Yo soy la Luz, y no me miráis.

Yo soy el Camino, y no me seguís.

Yo soy la Verdad, y no me creéis.

Yo soy la Vida, y no me buscáis.

Yo soy el Maestro, y no me escucháis.

Yo soy el Señor, y no me obedecéis.

Yo soy vuestro Dios, y no me rezáis.

Yo soy vuestro mejor Amigo, y no me amáis.

Si sois infelices, no me culpéis.»

 

En estos tiempos en que las redes sociales son utilizadas con tanta frecuencia para intentar hacer el mal, herir al adversario con maledicencias u ofensas o dañar la reputación de personas con medias verdades, ataques o falsedades, también es posible encontrar en ellas reflexiones como las citadas que pueden ayudarnos a meditar y a avanzar en nuestra búsqueda de soluciones a los problemas que nos acucian o de respuestas a las incógnitas e incertidumbres que nos rodean.

 

También se me ha ofrecido, casualmente, esta Semana Santa la oportunidad de volver a ver, en una plataforma televisiva, una interesante película de 2017 que lleva por título “El caso de Cristo” trasladando a la pantalla el contenido de un libro autobiográfico de su autor, Lee Strobel, publicado en 1998 y que describen, tanto el libro como la película, su investigación sobre la verosimilitud de la narración del Nuevo Testamento en cuanto a la resurrección de Jesús. No desvelaré el contenido ni desenlace de la película, pero recomiendo su visionado por quien tenga interés en el tema y no la haya visto con anterioridad o que vuelva a hacerlo en caso contrario. Está basada en una experiencia personal real y la considero de interés.

 

De lo que no parece caber duda en estos tiempos de estrés informativo y mediático es de que vivimos inmersos en una suerte de vorágine que, a veces, no nos permite identificar con nitidez la relevancia que, a pesar de todos los pesares, tiene en nuestras vidas el componente espiritual de éstas, tan asediados como nos encontramos por los aspectos materiales de las cotizaciones de la bolsa, los kits de supervivencia, las tierras raras o el rearme en Europa. Vale la pena, en mi opinión, detenerse, tomar algo de distancia con respecto a estos aspectos materiales y disfrutar de la experiencia de acallar, si quiera temporalmente, el ruido de la vida.

 

Fernando Gutíerrez Díaz de Otazu

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EL RUIDO DE LA VIDA

Fernando Gutíerrez Díaz de Otazu

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