Pese a que ya medio habíamos asimilado, no sin gran disgusto, que todo lo que es bueno, es malo, ésto último de que la bajada del precio del petróleo es un drama desborda los dilatados espacios de nuestra credulidad. En teoría, que el petróleo baje no tiene más que ventajas, pues no sólo el combustible le cuesta menos al ciudadano, sino también cuanto producto, casi todos, incorpora a su precio el impacto del mismo.
Con ello, en consecuencia, hay más dinero en los bolsillos y circulando, más consumo, más inversión, más vidilla, más empleo y más todo, pero, por lo visto, no es así, sino una auténtica tragedia. Las bolsas y "los mercados" lo dicen, y no hay más que hablar.
Se nos ha ido convenciendo de que todo lo que es bueno en la vida, el café, el azúcar, la sal, la leche, el whisky, la libertad, el amor romántico, el queso, el botillo, la fabada, leer antes de dormir, la fritura de pescado o el silencio, es malo, horrible, nefasto para el individuo y para la sociedad, pero cuando nos dijeron a los pobres que también es espantoso que los precios de las cosas bajen, deberíamos habernos mosqueado. Que sea malo que una barra de pan cueste 50 céntimos en vez de un euro o que un piso valga 100.000 en vez de tres veces más, no se compagina con la lógica ni, desde luego, con nuestro menguadísimo poder adquisitivo, pero han querido arreglarlo poniéndole un nombre que acojona: deflación. ¡Que viene la deflación, enemiga letal del "crecimiento"! Con ello, no estaban sino alfombrando el camino para colarnos eso de que la bajada del petróleo es lo peor que puede pasar.
Rusia, los emergentes, la OPEP, yo qué sé la de cosas que se inventan para trocar lo bueno en malo, y que, encima, nos lo creamos. Pero, ¿quién se lo inventa? Sin la menor duda, los que están seguros de ganar unos cuantos miles de millones de euros o de dólares extra con el infundio, y con el miedo que el infundio infunde. ¡Los mercados! No sería ningún disparate, y ninguna novedad, considerar la conveniencia de expulsar a latigazos a los mercaderes del templo. Los mercaderes de vidas y de almas no caben en el templo de la concordia humana, no es su sitio. Si ese día llega, ¿qué mejor para celebrarlo que un gran banquete hasta arriba de calorías, y, tras los postres, café, copa y puro?
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El precio del petróleo
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