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El final siempre es el principio

La vida es una incomparable (y casi indescriptible) experiencia moderna. Durante muchísimos años las mentes más autorizadas de la Tierra se creyeron capaces de estudiar la existencia (en la máxima dimensión conceptual del término) desde dos enfoques muy concretos y reducidos: el nacimiento y la muerte. Tan equivocados estaban que pronto comprendieron que era imposible entender la vida (propiamente dicha) si nos olvidábamos de lo que ocurría entre aquellos dos vocablos. Porque vivir es, precisamente, todo lo que hacemos entre que nacemos y morimos.
Vivir es intentarlo. Fallar. Aprender. Volver a intentarlo. Volver a fallar. Volver a aprender. Y así sucesivamente. Unos/as verán derrotas donde otros/as lecciones, y viceversa. Pero con unas y con otras, bien podría decirse que vivir es compartir; sin distinciones. Vivir es conocer; sin miedos. Vivir es avanzar; juntos. Vivir es todo lo que hacemos desde que nacemos hasta que morimos. O quizás no tenga nada que ver con todo esto, que sabré yo.

Sé muy pocas cosas (me horrorizaría saber más de lo que desconozco) pero creo que, de todas las posibles ficciones de la realidad, la única incuestionable es que (por fortuna) el 31 de diciembre vuelve a llegar para invitarnos a reflexionar sobre lo bueno y sobre lo malo de los últimos doce meses (que, además, poco a poco ya vamos despidiendo). Y es que, aunque ese balance nunca pueda ser tan objetivo como se le presume –el mes de diciembre es como la última hoja de un buen libro; no somos capaces de acabarlo de verdad hasta que encontramos uno mejor–, se trata de ver y analizar con perspectiva –y, dicho sea de paso, con algo de ánimo crítico– nuestros particulares qué, cómo y por qué durante el último año.

Personalmente, creo que este nuevo 31 de diciembre nos invita a centrarnos en lo que tenemos en lugar de en lo que nos falta; en lo que nos une en lugar de en lo que nos separa; y, sobre todo, en lo que nos asemeja en lugar de en lo que nos diferencia. Hemos aprendido mucho estos últimos 365 días, y ahora nos toca vivirlo.

Durante muchos años –demasiados– se nos ha negado la posibilidad de afrontar un nuevo año haciendo balance con el ánimo de avanzar juntos en una sola dirección –la del progreso–. Quizás, y solo quizás, sea momento de cerrar este último libro, y empezar a leer juntos (o escribir) uno mucho mejor. Salud, éxito –personal y profesional– y mucha felicidad. No tengo más ni mejores deseos para todos los melillenses. Brindemos porque el final del 2019 sea el principio de un mejor 2020.

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El final siempre es el principio

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