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El doble castigo del legionario Fernández Cloux

En la Legión siempre se ha dicho que “no importaba la vida anterior”, y eso era cierto hasta que llegaron los franquistas y su sed de venganza. En La Legión era posible llamarse Juan Antonio Berges del Palacio e inscribirse como José María Fernández Cloux, nombre con el que sería fusilado el sargento legionario, el día 5 y enterrado un día más tarde, el 6 de marzo de 1938.
Los franquistas, al igual que la dictadura hitleriana o la estalinista, hacían recaer la supuesta culpa de un condenado por ellos, sobre el resto de la familia. La diferencia es que Alemania renegó de Hitler y sus crímenes en el proceso de desnazificación, y Rusia hizo lo mismo a partir de 1956 con el proceso de desestalinización. Las familias de las víctimas fueron rehabilitadas y compensadas en lo posible, a la vez que ninguno de los verdugos de Hitler o Stalin pudo escapar a la justicia reparadora, o seguir viviendo en sus países sin tener que cambiarse incluso el nombre. En España no sucedió nunca esto, y así los verdugos franquistas obtuvieron honores y compensaciones, algunos se hicieron ricos y lo siguen siendo, mientras que las familias de sus víctimas nunca obtuvieron el reconocimiento ni la reparación necesaria.

Mª de los Ángeles , la niña a la que asustaban los cuervos de Rostrogordo
Juan Antonio Berges del Palacio era un militar republicano, que había jurado el compromiso de lealtad a La República y también ejercía como abogado. No podemos saber en este momento qué circunstancias le llevaron a alistarse en La Legión con un nombre distinto, aunque era perfectamente legal y admisible en el Tercio de aquellos años. Por lo contado por su nieta Betty Bresse Berges, sabemos que en 1937 fue trasladado desde el acuartelamiento de Taouima en Marruecos, hasta el fuerte de Rostrogordo, en donde estuvo primero en espera de juicio, que se celebró en septiembre de ese año, hasta la fecha de ejecución de sentencia, que se llevó a cabo el día 5 de marzo de 1938. Todas las sentencias de muerte tenían que ser vistas y aprobadas por el dictador Franco, quien estampaba su firma en cada ejecución llevada a cabo en España.

El doble castigo, el más cruel para un padre, era el ver como el ensañamiento del castigo y de la represión se extendía también hacia su esposa e hijas, que quedaron privadas de amparo y de cualquier medio económico de subsistencia. Así pues, mientras su joven esposa, Mª de los Ángeles Ronda, apenas se sentía con fuerzas para ir a Melilla a verle, sería su joven hija, Mª de los Ángeles Berges, la encargada de esa misión y la que caminaba casi a diario desde la villa de Taouima hasta Melilla, para encontrarse con su padre, al que llevaba ropa y comida. Recorrer 14 kms. a pie, 28 con el trayecto de regreso, era un considerable castigo para una niña de 12 años, e insoportable para su progenitor, quién veía como tras cada encuentro, su hija se tornaba más demacrada y famélica.

Mª de los Ángeles Berges, nacida en Ceuta el 17 de octubre de 1926, contaba tan solo con 12 años en aquellas fechas. Mientras su madre, Mª de los Ángeles Ronda cuidaba de su otra en hermana en Taouima, ella recorría a pie la distancia entre Melilla y el acuartelamiento de La Legión en la villa marroquí. Mientras tanto, escribía un diario con sus vivencias de niña, enfrentada a una pesadilla, la que le creaban los cuervos del fuerte de Rostrogordo, que poblaban entonces la tétrica loma. Los graznidos y la negra silueta de los cuervos la persiguieron durante el resto de su vida, hasta que falleció el mismo día que su padre, un 5 de marzo, pero de 1999. Fue ella la que vio por última vez a su padre, en Rostrogordo, el mes de febrero de 1938.

María de los Ángeles es la niña que está a la derecha de su padre en la fotografía. La foto es impactante y todavía transmite con fuerza, el poder del recuerdo y de la memoria, y clama por una injusticia todavía no reparada.

La historia ha vuelto a la luz, ha roto el espeso muro de silencio y de olvido, con el que los franquistas quisieron sepultar para siempre la memoria de los vencidos, cuyas ansias de venganza no se extinguían ni siquiera con la muerte. En el mismo mes de marzo en el que fue fusilado, gracias a su nieta Betty, recuperamos su fotografía y su memoria, 76 años después.

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