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El costurero del viento

Manuel Ortega Caballero es un corredor de fondo que ahora va cosiendo aquello que debe permanecer para todos. El pasado jueves presentó en el Campus su último libro de poemas “El costurero del viento”. El en sus páginas aspira inyectar un aire de curiosidad e hilvanar lo positivo de alma y cuerpo sembrando poder en las palabras para luchar contra el conformismo y la indiferencia que nos envuelve.

Acerico, hilvanes, enhebrar, pespuntes y ojales, las cinco partes en que esta obra se divide traen de nuevo a la imborrable madre de Manolo, con su vocación por la costura y el olor a brisa marina compartidas en las largas tardes del verano melillense. Ni Sos, Fernández, Conde o Pio y tantos otros grandes de la poesía han rechazado el influjo de un mar que nos trajo cultura y nos hizo que entrásemos en la modernidad. Es el alma de Melilla. La misma que inspira letras de este libro… el parque y la amistad, el Levante con el sonido de la espuma o el Poniente que le mece al olvido. Ortega vive y lo hace en la mejilla, en la sonrisa o en coser el aire para no dejar de mirar. Saborear la existencia es lo que nos transmite y no solo en sus versos, sino en su día a día o en aquel café que juntos tomamos en el Rosy. Ahí surgió el auténtico, el que soñando puede decir aquello de esto es lo que hay y que sigue siendo arquitecto de palabras y de proyectos sobre plano. En este “Costurero” se pinta la existencia real desde la frialdad de un abrazo, la disculpa a la indiferencia o el amor a quien se quedó. Ortega Caballero hace tangible el amor, navegando en la cama o derramándolo y describiendo cual es su olor, porque el sí da segundos a un escenario o pone música a esos tacones mientras en la sien penetra la melodía para compartirla. Si no quieres respuestas, solo habla no preguntes, recomienda a tantos silencios sonoros. Porque eso es lo que hace Manuel Ortega, oír al silencio para que en el desván de su alma entre el fresco de un aliento. El escucha para huir de la soledad tendiendo la mano y estableciendo un dialogo entre corazón y alma. Como el que dedica a su madre en Alfileres, amor leal, ilusionante, al abrigo de la capa que son sus manos o al amparo de unos ojos, limpios, el inicio y fin del vestido de la vida. Existencia en “Cuando”, desapareciendo la voz, ocultando que tu aquí estuviste mientras la pena que ni se toca, se esconde en el recodo del olvido. Ortega templa y en todo el texto recomienda vivir, alimentar la felicidad, respirar, la mirada serena o la burla al tiempo. Ese que te trae a lugares únicos mientras tejemos en el bastidor de la vida. Pero también echa de menos subirse a lomos del viento para inspirar abriendo los ojos, escuchando los acordes de viejos y las voces de los niños pequeños. Para Manuel Ortega los que no quieren se pierden en los fríos inviernos.

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El costurero del viento

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