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El arte de insultar

Ignoro si el diputado Gabriel Rufián (ERC) ha leído a Arthur Schopenhauer pero parece que le ha cogido gusto al "Arte de insultar", la curiosa recopilación de odios, fobias y manifestaciones misóginas de este filósofo alemán que floreció en el siglo XIX. Es rara la intervención en la que Rufián no deja rastro de un estilo tabernario alejado de la buena educación que sin duda recibió de sus padres, emigrantes andaluces en Cataluña. No es el único faltón que se mueve en el Congreso en esta legislatura. En otro registro menos desgarrado, en su caso más propio del señorito que casi siempre le acompaña cuando sube a la tribuna, también acredita autoridad Rafael Hernando, portavoz del PP.

En la última sesión de control al Gobierno, Rufián llamó "miserable" al ministro del Interior y se negó a retirar el insulto cuando fue instado a ello por la presidenta Ana Pastor.

El Diario de Sesiones tiene registrados momentos cumbre de enfrentamientos entre diputados en los que la palabra gruesa sustituye a cogitaciones más finas. Pablo Iglesias también amerita estar en este registro de políticos a quienes de vez en cuando se les calienta la lengua. Llamó "cenizos" a quienes hoy son sus socios de Izquierda Unida y en un mitin: "tonta, ladrona y gentuza" a Esperanza Aguirre. A su vez fue tildado de "capullo " y "gilipollas" por el casi siempre educado Albert Rivera cuyo inopinado desahogo debió contagiar a María Dolores de Cospedal que ya puestos, y en la misma sesión, llamó "sinvergüenza" al líder de Podemos.

En el retablo de denuestos parlamentarios durante la Transición se hicieron un hueco muchas de las intervenciones de Alfonso Guerra. Sobre todo en los primeros tiempos. De Manuel Fraga dijo que "tenía los intestinos colocados en el cerebro". Y tildó de "nazi estúpido" a Jorge Verstrynge, por aquel entonces estrecho colaborador de Fraga y hoy en día peculiar compañero de viaje de Podemos. Cuando viene respaldado por el talento, insultar puede llegar a ser un arte. Maestro en el arte de la mordacidad fue Winston Churchill. Señalando a un diputado liberal que se unía al Partido Laborista le espetó: "Es la primera vez en mi vida que veo a una rata nadando hacia un barco que se hunde". Ya digo, hasta para insultar hay que tener talento. En caso contrario el insulto no pasa ser una grosería.

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