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El abrazo de mi profesor en el entierro de mi madre

Como dijo Clarín, cuando nombraron a su padre Gobernador Civil de Zamora: "A mi me nacieron en Zamora"; y yo digo también que me nacieron en Melilla, en el nº 3 del Callejón del Aceitero. Por eso cada vez que cruzo el umbral de la puerta del Cementerio, los recuerdos golpean en mi frente: "¡Eh!, Juaneles, que estamos aquí", me dicen; Entonces veo la mano de mi madre, que me retiene con fuerza, para que no pise el "Jardín de las Ánimas Benditas", como ella llamaba a esa parcela; y luego voy ojeando los nombres, (a veces los copiaba), de los que descansan en las tumbas, tanto de civiles como de militares, pareciéndome que están escritos con apenados trazos, como lágrimas escurridizas que se deslizan por el verdín del mármol de sus viejas lápidas: "Nene, este era un soldado que lo mataron cuando el "Desastre", aquél cayó en el "Barranco del Lobo, y esa niña, ¡pobrecita!, de rodillas en un cojín, ahora podría tener los años de tu hermano". Y así, uno y otro, y tantos, que gracias a ella, fue como aprendí muchos de los nombres que figuran en los letreros de las esquinas de nuestras calles. Pero ella, rosario en mano, al que le rezaba, en la parcela de "Las Ánimas Benditas", era a su hermano Juan (por el que llevo el nombre), que cayó de soldado con el Batallón de Cazadores de Ceuta nº 7, cuando el Movimiento, en Majadahonda.

Un lejano día de septiembre de 1980 lo vi en compañía de su esposa, cerca del Parque Hernández; parecían dos estatuas oscuras caminando abrazados, en el trayecto de la ceremonia en un desfile silencioso. Era uno de mis profesores, el que siempre repetía que cuando alguien está sepultado en la ignorancia solo piensa salir con palabras que lo hacen aún más ignorante; pero si es prudente lo hará en silencio y escuchando a los demás.

Mi padre siempre comentaba que nuestra ciudad, Melilla, era un almacén repleto de hechos históricos, que con sólo leer algunos rótulos de sus calles te vienen a la memoria todo lo que has leído sobre los cinco siglos de la vida de la ciudad.

Otra fecha fue el 19.02.1985, día espantoso y triste, que dábamos sepultura a mi madre, cuando lo volví a encontrar a la salida de La Purísima. Venía de visitar la tumba de su esposa fallecida pocos días antes. Cuando le dije el motivo de mi visita y verme tan triste me dijo: "Hijo mío, hoy para ti no es día de pensar, es día de sentir". Y cómo sentía, en lo mas hondo de mi alma, la muerte de mi madre. Me fundí en un abrazo como si hubiera sido a mi padre, que el pobre mío estaba junto a nosotros en la escalinata de la Purísima, cayéndole las primeras gotas de lluvia, de la que a continuación fue la gran riada que hubo en la ciudad.

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