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Eduardo Resa, vicario episcopal de Melilla: “Lo que yo he podido hacer es una patita de hormiga comparado con todo lo que el Señor me ha dado a mí”

El viario episcopal de Melilla, Eduardo Resa, sostiene una foto del día en el que fue nombrado sacerdote por parte del Papa Juan Pablo II el 8 de noviembre de 1982

MELILLA HOY entrevista al vicario episcopal de la Ciudad Autónoma de Melilla después de que el pasado 26 de noviembre celebrase una eucaristía de acción de gracias con motivo de sus 40 años como sacerdote

Mi valoración es simplemente dar gracias a Dios. Dar gracias a Dios porque, sin mérito de mi parte y sin considerarme para nada digno, se fio de mi y me confió este ministerio. Entonces, en ese gracias a Dios, indiscutiblemente englobo a la iglesia, a mi familia, a todas las parroquias, pueblos y hospitales por los que he pasado en estos 40 años, porque me han ayudado a vivir completamente en mi ministerio en una entrega radical. Entonces, el balance es simplemente una acción de gracias profunda al Señor. Nada más.

Yo creo que vio en mi un montón de miserias. Él ha sabido sostenerme siempre. Por eso siempre hay una canción que a mí me encanta que dice ‘Soy vaso en manos del alfarero’, y a veces ese vaso se resquebraja, se rompe y el Señor vuelve a remendarlo, vuelve a hacerlo, etc. Entonces, en mí poco vio. Es todo mérito de Él que se fía, te confía ese ministerio que, desde luego, si todo sacerdote te puede decir que es indigno, pues el que te habla, y no lo dice en un tono de quedar bien ni mucho menos. Desde siempre digo que me vino grande cuando, por ejemplo, me dieron este puesto de vicario en Melilla, ya que era simplemente un cura de pueblo.

Grandezas mías pocas. Las dotes que me ha dado el Señor he intentado ponerlas al servicio de los demás y pasar un poco desapercibido. Al fin y al cabo, las glorias humanas de poco sirven.
La trayectoria ha sido siempre en pueblos pequeñitos, y cuando ya me confiaron un colegio en la capital de Guadalajara sentí un vértigo impresionante. Dejar mis pueblos o atenderlos únicamente los fines de semana supuso un zarpazo grande y, sin embargo, vi que el Señor seguí haciendo su voluntad, y después te vas dando cuenta de que, gracias a Dios, yo también era necesario y fui muy feliz en los años del colegio y a toda la gente que atendí.

Lo recuerdo como un día con mucha mezcla de contrastes. La noche entera la pasamos un compañero mío y yo en la ventana donde nos hospedábamos en una casa religiosa muy cerca de la alameda donde íbamos a ser ordenados sacerdotes. Y la pasamos en la ventana porque era el diluvio universal, y lo que más nos admiraba es que había ya gente bajo paraguas, impermeables y toldos esperando la llegada del papa. Date cuenta que coincidió esa fecha con la rotura de la presa de Tous (Valencia), las inundaciones de Alzira (Valencia)… Vino una gota fría por todo el levante que provocó unas inundaciones terribles. Además, el Papa (Juan Pablo II), el mismo día de la ordenación sacerdotal viajó en helicóptero a Alzira para solidarizarse con los que habían perdido absolutamente todo.


Era imposible permanecer en la calle con el agua que caía, y cuando fui a recoger a mi familia a las seis de la mañana seguía lloviendo pero menos. Lo que sí recuerdo es que jamás salió un reproche de mi padre ni de mi madre, ni de mis hermanos. Nadie me dijo nada.


Cuando ya dejé a mis padres para que subieran a la tribuna donde iban a estar, nosotros nos fuimos ya a la sacristía donde nos íbamos a vestir y llevábamos cada uno nuestra casulla y nos dijeron que tenían que ser todas iguales. Y hete aquí que las casullas venían del día anterior, de Barcelona, donde tuvo el Papa un encuentro con el mundo del trabajo en el (estadio) Camp Nou y había diluviado también. Las casullas estaban empapadas. Y ya cuando fue el momento de la ordenación fue casi providencial y (por parte) de la mano de Dios, empezó a abrirse un pequeño claro que se fue haciendo más grande y, cuando llegó el Papa a la alameda nos asábamos de calor. Eso sí que no nos lo esperábamos nadie.
Rezábamos y pedíamos que no lloviera, pero es que el Señor nos regaló un sol valenciano impresionante.

Jamás. Yo estoy en una deuda infinita con el Señor. Lo que yo he podido hacer es una patita de hormiga comparado con todo lo que el Señor me ha dado a mí.

Según hacía el recorrido por la Iglesia (del Sagrado Corazón) iba trayendo a la memoria a las personas que ya no estaban conmigo, muchas de mi familia que me acompañaron en esos momentos cumbres, muchas personas anudadas a mi ministerio, como obispos o sacerdotes, pero también era traer a la memoria agradecida al corazón y en el altar a todos mis pueblos y feligreses que he tenido, a todos los que he podido ayudar, molestar e incluso, Dios me libre, que no haya estado a la altura, y les pido perdón.

Las anécdotas más especiales que se te quedan grabadas son las que viví en mi primer pueblo en Tortuera (Guadalajara) con mi grupo de monaguillos. Creamos un grupo grande con los jóvenes que había y de las anécdotas que puedo contar de mis monaguillos hubo una que me llamó mucho la atención cuando en una ocasión fui a echarme el vino en la vinajera para preparar la misa y me di cuenta que en vez de vino estaba celebrando casi con agua. Mis monaguillos se bebían el vino y me rellenaban la botella con agua.


Les llamé, les dije que me había enterado y que si querían alguna vez un poquito vino me lo tenían que pedir a mí y que yo con el consentimiento de sus padres se lo daría.

“Quería celebrarlo (el 40 aniversario de ordenación) en Melilla porque desde el minuto cero me sentí como en mi casa”


Cuando celebré mis bodas de plata sacerdotal, mis 25 años, me trasladé a mi pueblo en Belmonte (Cuenca) por comodidad de estar allí con mi madre, mis hermanos y la multitud de sobrinos que tengo. Y, sin embargo, esto lo tenía muy claro. Mis hermanos me preguntaron ‘¿Por qué no quedamos aquí un día de noviembre, nos juntamos y celebramos ya como hay que celebrar esto? Y respondí que no, que lo iba a celebrar en Melilla, que es donde lo debo celebrar. Porque creo que es un testimonio para la iglesia de Melilla, un testimonio vocacional y un testimonio para vivir la unidad con mis hermanos de otras religiones.

Entonces todo se empezó a fraguar y vieron que la semana del 21 hasta el 26 de noviembre cerraban el restaurante que tenían la mayoría de mis sobrinos y familiares en Belmonte, y que podían acudir a Melilla. Quería celebrarlo en Melilla porque desde el minuto cero me sentí como en mi casa.

Miguel Rivas

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