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¡Ecce Homo!

La Semana Santa no es un espectáculo promovido y consentido por una organización de hombres, sino el encuentro de un hecho real. De nuevo, se va a mostrar en toda su verdad, la afrenta que sufre la dignidad humana. De nuevo un hombre que se llama a sí mismo (tiene el valor para ello) Hijo de Dios; un hombre que viene a dar a los demás hombres la dignificación más alta, va a caer asesinado por el poder instituido y el rebaño de un pueblo lleno de temor, en una tremenda realidad. Reducida a una escenografía ritual y amañada, para que el hombre satisfaga, con las apariencias, Su indestructible necesidad de justicia y razón. Un plato de lentejas a cambio de una primogenitura, es un aviso constante para alentar a la criatura. La Semana Santa, no sólo hay que proyectarla en una dedicación religiosa más o menos fervorizada. Más bien en un aspecto social. Sacarla de los templos oscuros, recintos cerrados y llevarla allá donde están los Pilatos, los Caifás, los escribas y los fariseos y ofrecerla a esa multitud de hombres y mujeres indefensos por el miedo y la impotencia y gritarles: ¡ECCE HOMO! ¡He aquí el Hombre!… ¡El Hombre que es piedra de escándalo para todos los corazones y todas las conciencias! Escribas que habéis creado una ley a vuestra imagen y semejanza. Pilatos que os atrevéis a repartir lo que no es vuestro, pensando siempre en un interés propio y en los de aquellos que os defienden con la fuerza bruta en sustitución de la equidad y la razón. ¡ECCE HOMO!… ¡Pueblo. Aquí tienes a tu hombre! El único hombre que no te ha clasificado entre los pobres, sino que te ha traído un universo para que te sientas habitante de él… ¡ECCE HOMO!…El hombre que saca del redil del tirano, de la jaula de los sabihondos y falsos profetas y entrega la infinita llanura de la equidad, para que cabalgue por ella a lomos de la libertad. De la única libertad que no sale de las palabras de los carceleros, sino de la razón de sentirse vivo sin valoraciones ni limosnas. ¡ECCE HOMO!…

El hombre que será muerto en la verdad para resucitar entre todas las muertes continúas del desprecio, la mentira y la prepotencia. Un hombre asesinado entre el cielo y la tierra que no establece ni crea separaciones. Un inocente caído en la palabra, para multiplicarla en la primavera de la existencia. Hay un Hijo de Dios a la deriva de la razón humana que enloquece. No ha tiempo ya para la duda, porque aquello, no fue tiempo sino miedo. Es hora ya de las determinaciones, Son muchas cruces que hay rotas en hombros incógnitos desde entonces. Muchas lágrimas de María ofendidas y muchas penas amargas de hermanos impotentes que claman más allá de la representación y la escenografía.

La Semana Santa está viva. Hoy más que nunca. Más real que nunca. Más incomprendida que nunca. Porque la Semana Santa, lo que en ella se comenta y se recuerda, no es otra cosas, que a nosotros mismos cada día. Sin posibilidad alguna de eludirla. Pero con la obligación ineludible de acabar con ella. Porque Dios está vivo en el universo, pero asesinado en nuestras conciencias y comportamientos.