En eso nos convertimos, en una sola comunidad de ciudadanos al albur con un catálogo de libertades siempre condicionado al equilibrio de derechos y deberes. Una sola comunidad siempre acechada por el interés de dividirla según la estrategia partidista del momento. Una carcasa institucional tantas veces excitada por las emociones en detrimento de los argumentos haciendo peligrar la búsqueda del espacio político común. Podría ser el momento actual.
“La estrategia para ganar consiste en movilizar a los nuestros, radicalizando las declaraciones y las posiciones, para asegurar su lealtad, y en atribuir la radicalización al adversario para desmovilizarlo en lo que se pueda”, se ha dicho estos días.
Un momento en el que la pugna por los símbolos, por la identidad, no es más que, en unos, procurar el mantenimiento del poder; en otros el intento de su alcance. Un, sin duda, legítimo patriotismo, pero que hace oscurecer el mas importante, ese que ahonda en coincidencias mas que en las diferencias y que hace del término referido a la patria el combate frente a la desigualdad social, el desempleo, las oportunidades de los jóvenes, el duro epílogo de muchos dependientes…etc. Patriotismo para saber unir ante los retos complejos y torcidos que enturbian el porvenir de una tierra, singularmente la nuestra, a la que no le basta con parches de fanfarria y que da la sensación de estar siendo alejada de los desafíos reales que le hacen tambalear.
Cuarenta años de vida de un contrato social que ordenó y ordena a nuestra comunidad y decide quien y como ostenta el poder y quien oposita; que necesita de reparaciones y reformas por más que los inmovilistas auguren del peligro y los contrarios de su imprescindible restauración. Ya se sabe “lo que la oruga llama el fin del mundo, el resto del mundo lo llama mariposa”
Tuvo padres la Constitución, pero ninguna madre. Le faltó esa aportación femenina que tanta falta hace para rebajar desigualdades y encontrar el equilibrio de lo justo de género. Ardua, pero inexcusable labor, que incluso se ve cuestionada en representantes políticos de cuya llegada es responsable la propia democracia y por ello, la Carta Magna. De ella emanan, también, vientos de retroceso y que se deben acatar, en todo caso combatir desde la palabra y las normas, las de todos.
Pero la política presente son números e intereses; servicio público (a veces tan manoseado y prostituído) sin ayunar ni el postre en el ámbito de poder. La Constitución ampara el transformismo político según la vez y el momento, esa es también su grandeza: libertad hasta para renunciar a los principios y de ahí los cambalaches que se han vivido y se vivirán. Nada que objetar, quizás cupieran algunos ajustes.
La Constitución de 1978 nos convirtió de súbditos a ciudadanos. Queda, quizás, la gran tarea que sean ciudadanos implicados y que hacen de una ciudad, una tierra, un espacio de vida abierto, no espectadores en su inmensa mayoría. Espectadores, por lo general de un espectáculo vulgar y egoísta. Es solo una opinión.
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“De súbditos a ciudadanos. Constitución 78
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