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De rojo, grises, horas e inocentes

Castilla es esa tierra de páramos que guarda en su interior la seca verdad de sus humanos. Es la meseta que sueña con el mar y puede poner una proa en Segovia o un canal en Valladolid. Ahí, hace cien años, nació uno de los mejores escritores en español, Miguel Delibes. “En teniendo con qué alimentarnos y con qué cubrirnos, estemos con eso contentos. Los que quieren enriquecerse caen en tentaciones, en lazos y en muchas codicias locas y perniciosas que hunden a los hombres en la perdición y en la ruina, porque la raíz de todos los males es la avaricia”. Leyéndole parece no pasar el tiempo, porque hay cosas que no cambian, aunque las generaciones lo hagan, y surge la envidia que produce infelicidad, y entonces se vaga con la amargura de ansiar lo material. "Creo que la terrible relación de la vida con la muerte nos viene dada desde que nacemos. Tengo la impresión desde chico que estaba amenazado por la muerte; no la mía, sino la muerte de quienes dependía”. Y Carmen lo era respecto de Mario, aunque, como en tantos casos, con reproches, recuerdos, sueños rotos o amores para siempre. “No pudo reportarse, cubrió al pájaro con el punto de mira, lo adelantó y oprimió el gatillo y simultáneamente a la detonación, la grajilla dejó en el aire una estela de plumas negras y azules, encogió las patas sobre sí misma, dobló la cabeza, se hizo un gurruño, y se desplomó, dando volteretas”. La silueta del cazador que escribe, parece perderse en esa Extremadura, de amaneceres en soledad, donde también en su Castilla aprendió la lengua, y los elementos fundamentales de la profundidad del alma de mujeres y hombres. Y Delibes vuelca su pudor en esa señora de rojo, que es su mujer a la que su ausencia le vuelve apático. Así piensa el escritor: "Hablar del amor es una cosa tópica. El amor se establece desde el momento en que uno cede ante el otro o que el otro cede ante uno. Ésta es la fórmula de avenencia que se sigue valorando a través del tiempo, y la forma en que se puede llegar a los 25 o 50 años de matrimonio, como se ve a menudo entre nosotros…”. Tal vez lo contrario es la falta de lealtad, de memoria o de perdón o la soberbia que nace de la supuesta perfección y entonces para que dialogar si se está en posesión de la verdad. Las lenguas se desatan y el odio se instala. "He sido fiel a un periódico, a una novia, a unos amigos, a todo con lo que me he sentido bien. He sido fiel a mi pasión periodística, a la caza… Lo mismo que hacía de chico lo he hecho de mayor, con mayor perfeccionamiento, con mayor sensibilidad, con mayor mala leche. Siempre he hecho lo mismo". Miguel Delibes, ese castellano al que le gustaba llamar a las cosas por su nombre.

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