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Dar la mano a un 'youtubber': ¿esa es la receta?

Ha dado la mano Mariano Rajoy alguna vez a un 'youtubber'? ¿Sabrá él quién es el Rubius, un todavía casi chaval de veintitantos años, cuyos vídeos personalmente me disgustan, pero que tiene veintiocho millones de seguidores, más que votantes todos los partidos políticos españoles? Por motivos profesionales, indago estos días en esa 'crisis generacional' que hace que los mayores de cincuenta años nos entendamos cada vez peor con las generaciones menores de veinticinco. Y los resultados que me ofrecen tres eminentes especialistas en demoscopia, y mi propia experiencia personal, son aterradores: hay un corte absoluto -he dicho absoluto– que afecta a la política, a la sociedad del ocio y también al consumo entre gentes como quien suscribe, y mucho más jóvenes que quien suscribe, y los chicos y chicas que están saliendo de la Universidad .

Resulta que menos del veinte por ciento de los jóvenes menores de veinticinco años dice ser monárquico. Que solamente el mismo porcentaje tiene idea de quién es el juez Llarena. Que una cifra aún menor reconoce seguir los avatares -incomprensible para ellos, y, a veces, también para mí- de la política española: les importan un rábano Puigdemont, los tribunales alemanes, Marta Rovira y también Cristina Cifuentes (pese al morbo universitario de este 'affaire'), Pedro Sánchez, el vídeo de la catedral de Palma, los informativos de las teles y las radios o la Real Academia Española, por poner las cosas en confuso desorden.

Y mi sociólogo de cabecera, que es de los que suelen acertar en sus encuestas, me dice dos cosas -entre otras muchas, menos descollantes, pero también muy interesantes–: que se pueden contar con los dedos de una mano los menores de treinta que piensan votar en Andalucía al PP y al PSOE, por un lado; y, por otro, que los partidarios de la CUP aumentan entre la juventud en Cataluña de manera exponencial, porque piensan que, ante los líos internos de los independentistas 'clásicos', mejor el original que las copias, incluyendo entre estas a Esquerra Republicana de Catalunya.

Pero este divorcio se percibe también en otras comunidades, como Madrid, Galicia, Castilla y León, Baleares, Valencia o Canarias. Y acaso lo más curioso: no existe un corte generacional entre padres e hijos, similar al que podría habernos afectado a los universitarios que luchábamos contra el último franquismo. Los chicos y chicas que estudian Bachillerato o, en menor medida, Formación Profesional, dicen -más del sesenta por ciento- que quienes más influyen en sus deseos de seguir una u otra carrera son, en primer lugar, sus madres y, en segundo, sus padres. Así que, de acuerdo con una encuesta que realicé a más de doce mil alumnos de entre 16 y 19 años, resulta que en todas las autonomías sueñan con ser abogados, licenciados en ADE o médicos, cuando, de acuerdo con otro sondeo que estoy elaborando estos días, seis de cada diez empresas se quejan de que no encuentran titulados adecuados para sus necesidades, que son básicamente técnicas.

Supongo que nada de esto estará presente estos días en la convención nacional que, en Sevilla, realiza el partido en el poder, el mismo que endilgó al titular de Educación la portavocía del Gobierno, afán que ocupa casi todo su tiempo al por otra parte competente biministro, dejando al Ministerio educativo casi acéfalo. Seguro que muy pocos, en la convención, incluyendo a esos representantes de Nuevas Generaciones a los que sacan siempre en las fotos, saben quién es ese tal Rubius. No: Rajoy y su círculo, y el círculo de este círculo, hasta los casi dos mil 'populares' que se dan cita en la ciudad pre ferial, andan más inquietos por cuestiones inmediatas, como, por ejemplo, cómo afrontar las próximas elecciones con la que está cayendo en diversos y muy complicados ámbitos.
¿Cómo entender así, cuando solo se piensa en las elecciones que vienen, que todo un estado de cosas, un statu quo que parecía tan bien establecido, un mundo educativo que se basaba tan ricamente en los masters que para casi nada servían, se está tambaleando? ¿Cómo pensar que un youtubber, o un 'community manager', o uno de esos fabricantes de 'fake news', menudo palabrerío, están cambiando, –de acuerdo: quizá para peor– el mundo, nuestro mundo, que creíamos tan estable?

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