En Málaga creció el surrealismo, allá por donde la Calzada es Trinitaria y el Cautivo nos aguarda cada Lunes Santo. Después de los dolores nació Gregorio Esteban Sánchez. El flamenco fue su pasión, desde que a los ocho años comenzase a cantar por los bares de Málaga para ganarse algo hasta llevarlo a la tierra del sol naciente. Dos años en ese Japón que se rinde a diario al patrimonio inmaterial de la humanidad y que supo vibrar con aquello que sobre las tablas transmitía Chiquito. Nadie le regalo nada a quien la vida le dio el triunfo cuando superaba los sesenta, después de tantas madrugadas cantando en todos aquellos lugares donde le prestaran un espacio para abrir el tarro de su arte. Ese mismo que nos hizo reír con sus ocurrencias o con un lenguaje acuñado por el mismo y que lo elevó a los académicos de la Lengua. Chiquito fue único, fascinante, irrepetible pero logró que fuese el más imitado de los humoristas españoles. Todos hemos hecho nuestro sus absurdas expresiones para ver la vida, sus quiebros, sus dedos como de pulpo y esa palma de las manos agarradas en los riñones. Hay que reivindicar a Chiquito de la Calzada precisamente cuando en España se cierne la tristeza, la rabia y el engaño porque está la cosa muy mal. Los pecadores de la pradera marca hispánica se pasean por Bruselas, huidos pero libres, esgrimiendo varas como lanzas mientras esperamos la rendición de estos fistros que no quieren que nuestro Chiquito le cante por carceleras. “¿Te dah cuen?”. Gregorio no podía entender la vida sin Pepita a su lado. Por eso cuando su mujer emprendió su viaje más largo allá por 2.012 él se fue muriendo un poco. Sus méritos le llevaron a la pantalla grande de la mano del director, Álvaro Sáenz de Heredia. Fue el Drácula inocuo pero con “B” de Barbate. Aquel que siendo Condemor enamoró en el Saloon a Jolie y tuvo como criado a un “Bigote”, siempre genial y complementario. Y nos enterneció vestido de “Piquillo”, un abuelo gitano, honrado, cabal, que pasaba hambre para que a sus nietos no les faltase el pan, mientras recorrían plazas del viejo Madrid con su música, la cabra y el baile. Humanidad dentro y fuera de un escenario. Un hombre bueno, educado, inteligente, maestro del humor blanco, entregado a los demás al que echaremos en falta pero que pervivirá en cada uno cuando repitamos sus frases o sus ocurrentes chistes. Sus pasos no completos en un escenario pueden recordarnos a los ceremoniosos de las geishas y que supo reinventarlos a la luz de la Malagueta. Gracias Chiquito por regalarnos tu humor y por tantos ratos buenos. España solo por una vez y ante ti, llora. Hoy ya estas junto a Pepita en las azules praderas del Cielo.
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