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Buenos Días

Semana Santa

melillahoy.cibeles.net fotos 1168 Andres Hernandez

No sabemos qué será más poderoso: nacer o resucitar. Ser resultado de una función orgánica y reproductiva, o por el contrario, elevarse después de ella. Si la Navidad es alegría y amor, la Semana Santa es intrepidez y locura. Más allá de todo lo conocido y que podamos interpretar, incluso adornar a nuestros sentidos personales, surge un reto al hombre y a su razón de serlo. Vencer su propio exterminio. Nacer de ese otro nacimiento, que lleva ya en sí el germen de la muerte, sin más recursos que su propia Fe y su capacidad de ejercitarla. La Semana Santa es un hecho irremediable, que pone de manifiesto, el por qué de una personalidad más allá de lo físico y lo valorativo. Mientras que en Navidad las ciudades se enseñorean en las luces y los adornos, en Semana Santa la ciudad es un claustro abovedado donde las estrellas son como cirios mortecinos y el aire, incienso de un inmenso cuerpo mortuorio; pero alienta en las sombras de toda una nada aparente, un vacío enorme llamado eternidad. Y se llena de sombras y miradas. Ojos que no ven las luces pero las engendran. La Navidad tiene poetas y canciones. La Semana Santa sólo tiene murmullos. Interminables como un rosario de mundos a la deriva; como una procesión enmascarada de seres sin nombres ni destinos. La Navidad es familia. La Semana Santa es desahucio solitario. Y en medio de todo ello, el hombre, que intenta unir los dos puentes inmensos de la vida y la muerte. ¿Qué usará para conseguirlo? Su propio fracaso: su propio destino concluido. Su propia voluntad de ser más allá de los dos mundos opuestos. Cristo sin Navidad es algo incompleto. Hubiese sido una aparición fantasmal que se hubiese quedado en el metaplasma de lo inconcreto y lo incomprendido. La razón también aporta un valor a lo estable, sobre todo a lo limitado para que lo infinito se nos haga razón y nos acostumbre. Nacer por medio del milagro es preparar una etapa final prodigiosa. Y el hombre se construye más allá del nacimiento reproductivo, haciendo de su animal terrestre un animal sagrado. Porque el espacio pudiera ser sagrado. Porque la ley que rige a las leyes, pudiera ser sagrada, si entendemos por sagrado, aquellos que nos hace restaurar sangre y nos evita el contagio de lo perecedero. De aquella niña de 14 años con un vientre inundado de luz incomprensible, hasta esta mujer rondando los 50, oscura y entristecida por tantas incomprensiones y sufrimientos, sólo hay un paso: el hombre. Y el hombre surge de ella en dos versiones sobrenaturales para engendrar una historia sobrenatural: La eternidad. Tal vez, todo sea un deseado producto de la imaginación, pero entonces la imaginación, será la que un día, tendrá que responder ella misma, de estas dos vertientes de un espacio irreal, que hace que lo real se profundice irremediablemente, creándonos posturas, soluciones y mitos, mientras que la verdad, no tiene más verdad que ser ella misma. Hemos creado, desde el más remoto y misterioso sentido necesario, ser leyendas y ensoñaciones, pero en estas creaciones nos vamos transformando cada día. Y en estas ensoñaciones encontramos nuestra causa y nuestro sentido. La Navidad nos clama desde el principio de un final y la Semana Santa nos trae ese final resuelto por poder.

Si el Jesús nuestro, de todos, un día clama profundamente a la sociedad del abismo del Universo, un apoyo invisible para nacer sin muerte, después ese mismo Jesús, se crece y triunfa en ese nacimiento, venciendo, por sí solo, la muerte prometida. Quiero decir, aunque sea con un lenguaje brotando del sentimiento, que si la Navidad nos enseña un Dios cara a cara, después, en nuestros destierros diarios de penas y fracasos, tendremos la obligación de construirlo con la dignidad que impone ese incomprensible nacimiento. Porque así será la totalidad de nuestro trabajo, sin verdades ni mentiras y será también, obra nuestra.

Buenos días y buena suerte.

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