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Buzián, el primer musulmán marroquí laureado (II)

Por José Antonio CANO MARTÍN

… -Cuando yo lucho, le decía, -me enfrento con quien maneja un fusil y sólo el valor y el instinto de conservar la vida me dan protección. En Europa están muriendo cada hora miles de combatientes que pertenecen a las naciones más cultas del mundo; los hombres más sabios han inventado armas poderosas. Tienen aviones que vuelan por encima de las nubes, más alto que los pájaros; tienen barcos que navegan de día y de noche sin necesidad de luces, cañones que disparan desde muy lejos, gases que matan sin armas, submarinos que disparan desde el fondo del mar y ellos, los cristianos, jamás han pensado en un talismán misterioso que aparte las trayectorias de las balas destinadas a matar a uno. ¡Cuánto se reirían los cristianos de esta fantasía morunas!
-Si, pero la “baraca” es cosa de Dios, replicó el majazni.- La “baraca” está fuera del poder de los hombres y Dios jamás podrá concedérsela a los infieles, a quienes, como cristianos, tienen su maldición. El Cherif Muley Mohamed Buchuaf es un hombre especial así lo cree todo el mundo y nada de particular tiene que posea la gracia divina representada en ese talismán del que ya todo el mundo habla. Nadie podrá decir que el Cheruf Buchuaf sea un hombre malo o apartado del camino de Dios. Gracias a él mucha gente de nuestros aduares tiene dinero para comer.
¿Es que tú también crees eso del dinero, sid Abdeselán?
-¿Cómo no voy a crerlo si a mí mismo me entregó una cantidad para el arreglo de la mezquita?
-No me extyraña que creas en el misterioso talismán de las balas al que tú llamas “baraca”. ¿Y has arreglado la mezquita o esperas algún otro donativo para construir una nueva? Y dime. ¿De donde le viene ese dinero que él entega para arreglo de mezquitas y otras muchas cosas?
-¡Ah, yo no me meto en políticas!
-Sí, ya veo que solo sabes “arreglar” mezquitas…
La sautoridades españolas mostraron síntomas de inquietud porque la propaganda de Muley Mohamed Buchuaf iba adquiriendo importancia entre fanáticos y descontentos que acudían a engrosar las filas de su “harca” y temían que pudiera tener la consistencia necesaria para realizar agresiones de cierta importancia. Afortunadamente no fue así, limitándose a ligeros tiroteos contra las posiciones más avanzadas de Tikermín.
Se llegó a la conclusión de que España no podía permitir esa osadía y se imponía un castigo ejemplar. Con ello se le haría comprender a los indígenas la falacia del misterioso talismán y a tal efecto se dispuso que la artillería cañonease el campamento de Sidi Aisa.
Cuando los primeros proyectiles cayeron en las inmediaciones de las tiendas de campaña del Cherif comprobó que no habían hecho daño, debido, sin duda, a que las piezas estaban ajustando su puntería. Salió corriendo por entre sus asustados harqueños, gritando, como convencido:
-Véis cómo los protectiles nada nos pueden hacer? ¿Véis como mi “poder” es cierto? Nada teneis que temer.
Los cañones siguieron disparando y una vez afinada la puntería, los proyectiles mataron a catorce harqueños e hirieron a sesenta y tres.
Muley Mohamed, calló. Comprendió que algo terrible se le avecinaba. Su prestigio estaba en juego, perdido el cual nada se podía hacer ya. Tenaz y obstinado, cambió su campamento al día siguiente. Lo retiró unos tres kilómetros más a retaguardia, al abrigo de una loma en la que se creía seguro.
Su prestigio, no obstante, recibió un durísimo golpe. A partir de este momento empezaron las bajas en la “harca” y hasta sus más adictos fueron abandonándole al comprobar que el poder sobrenatural que se atribuía, el talismán misterioso del que tantas veces hacía gala, era una fantasía que no respondía ala realidad.
Para evitar que las deserciones aumentaran, trató de atraer la atención de sus hombres con diferentes festejos, en cuyo programa incluyó la ceremonia de su boda con una morita joven de Beni Ulichec, hija de uno de los más influyente de la cábila, adicto fiel al prestigio de Muley Mohamed a quien no dudó “entregarle” la hija después de convenida la espléndida dote que debería pagar por ella. Designado el día de la boda, marchó al aduar, donde la inocente novia le esperaba, con él fueron sus principales amigos y colaboradores y el poblado le dispensó un gran recibimiento.
Las gaitas dieron solemnidad a la ceremonia y los platos suculentos de carne de cordero y el abundante Té, hicieron renacer el optimismo milagrosamente. Para cuantos habían quedado en el campamento y para que de esta manera participaran también en el festejo de su boda, había previsto ración extra de té y carne. Había alegría y festín y ya nadie se acordaba del talismán.
Pero sus enemigos le acechaban. Los homres del Hach Amar habían seguido todos sus pasos.
-Es necesario obrar con cautela y energía- ordenaba el Hach Amar-; hemos de cogerlos mientras estén de fiesta y jarana. Un grupo de nuestros hombres deberá dirigirse al poblado y otro ha de caer sobre el campamento.
Bu Rahail, pariente del Hach Amar y de su plena confianza, dio su opinión: -Creo que debemos ir todos juntos, en un solo grupo, primero al campamento y después al aduar.
-Pues, para capturarlo vivo, nada mejor que mi plan; libres ya de la ayuda que pueda recibir de cuantos se han quedado en el campamento, podemos sorprenderlos en los primeros momentos de su soledad con la novia, mientras los demás cantan y bailan. Será un placer para mí poder entregarte vivo a ese canalla.
-Me parece muy bien tu plan- terminó diciendo el Hach Amar-, y aun que para mí también sería un placer detenerle, espero que tú lo hagas, dándote esa oportunidad y ese honor. Cuando quieras puedes partir. Yo te espero aquí.
Bu Rahail reunió a sus mejores hombres y se puso en marcha. Poco después de mediodía cayó sobre el campamento y lo razió completamente. A decir verdad, apenas le opusieron resistencia, ya que había pocos hombres, muchos de los cuales estaban celebrando la fiesta y no querían saber de peleas y combates. Los que había, lejos de mostrarse combativos, parecían mostrar un desprecio por Muluy Mohamed Buchuaf desilusionados por el engaño de que habían sido objeto. Los hombres de Bu Rahail raziaron cuanto allí hallaron y destrozaron las pequeñas instalaciones del campamento. El éxito del ataque había sido completo ya que no se trataba de causar víctimas ni bajas, sino de humillar al fantasioso pregonero del talismán y a cuantos le seguían.
Después de adquieir nuevos detalles en cuanto al horario de los actos que se celebraban en el aduar, la partida de Bu Rahail partió. Previniéndolo todo para no ser sorprendido, ordenó a uno de sus ayudantes:
-Desplazate tú delante con diez hombres, no vaya a venir alguien del poblado y nos sorprenda. Antes de entrar, espéranos, pues debemos llegar todos juntos. Procura que nadie os vea.
-¡Así lo haré!
Todo iba bien y las cosas se desarrollaban como Bu Rahail había planeado. tenía ya el poblado a la vista y la normalidad parecía completa. Sin embargo, no era así. Un pastor había visto, sin que ellos lo advirtieran, a los diez hombres de la partida cuando ya se hallaban en las inmediaciones del aduar y corriendo fue a dar cuenta a los hombres reunidos aún en torno a la mesa del té.
-Tú estas de broma- le dijo el padre de la novia-, o miente, y ya sabe lo que te espera en cualquiera de los dos casos.
-Si quieres comprobarlo, ven conmigo hasta la huerta de Uld Tuil y los verás con tus propios ojos. Estan allí apostados, como esperando a más gente.
Pronto se pudo comprobar que el pastor no mentía, ya que algunos, movidos por la curiosidad y sin que nadie se lo mandara, se habían acercado hacia la entrada del poblado y certificaron cuanto temían.
-No sólo están ahí, sino que, además, están escondido, esperando quizás el anochecer. Debemos avisar a Muley Mohamed antes de que sea tarde.
-¡Quietos! –ordenó el que desde este momento empezaba a ser su suegro. Si es cierto que viene el Hach Amar buscando pelea, la tendrá. Que se queden aquí dentro cuantos posean armas y quieran luchar; los demás, que salgan.
-De cuantos estamos aquí, soy yo el único que no poseo arma, pero también me quedo para luchar. ¿Es que no vamos nosotros a ser bastantes sin necesidad de molestar a Muley Mohamed?
-¡Así pienso yo!- dijo uno. -¿Y yo!. -¿Y todos!
-Puesto que estamos de acuerdo, debemos salir y, antes de disparar, debemos preguntarle qué es lo que desean. La iniciativa es nuestra y hemos de aprovechar esta ventaja.
El grupo de Bu Rahail había llegado ya a donde estaban apostados los de la vanguardia, a quienes preguntó, inquiriendo información:
-¿Cómo va esto?
-¡Cuidado! Hemos visto cierto movimiento de hombres y sobre todo hemos notado que se hizo silencio. Es muy posible que presientan algo.
-¿Es que os han visto?- dijo como enfadado Bu Rahail.
-Creemos que no. En todo el trayecto solo hemos podido ver a lo lejos un pastor caminando por el Handak de Remel; pero él no debió vernos.
Salían los hombres del poblado con sus armas escondidas y fingiendo un tono de paz: uno de ellos dijo:
-¿Es Bu Rahail! ¡Bu Rahail está ahí y ese viene a raziar nuestras casas! Un nervioso disparó su arma y ya nadie se pudo contener. Se cruzaron disparos entre atacantes y defensores y las mujeres en las casas empezaron a gritar, denunciado la gravedad de la situación.
-¡Nos razian, que nos van a raziar!
Los disparos entre ambos bandos eran cada vez más intensos. Muley Mohamed Buchuaf presintió cuanto sucedía desde su tálamo nupcial, en cuyas paredes exteriores se incustro alguna bala. Se puso en pie y escuchó, pegando el oído a la ventana cerrada. Oyó voces y gritos de guerra y se vistió nervioso ante el asombro de la joven novia, cuya boda estaba celebrando con lágrimas. Salió corriendo, atropellando cuanto tropezaba al pasar sin despedirse si quiera de su más reciente esposa.
-¡Soy Bu Rahail, ya me conoceis! Si no nos entregáis al Buchuaf vivo, raziaremos el aduar y luego quemaremos vustras casas y vuestras mujeres. ¡Soy Bu Rahail y jamás miento, ya me conoceis!
La mayoría de los atacantes era manifiesta y la intención no podía ser expuesta con mayor claridad. Los de Beni Ulichec querían resistir para que en adelante no cargase sobre su prestigio el aprobio de una derrota, pero apenas contaban con munición, eran pocos y los de Bu Rahail tanían ya cercado el aduar.
Unas mujeres salieron dando voces por el poblado:
-¡Huyó! ¡El Cherif Muley Mohamed huyó por allí!
Bu Rahail y los suyos oyeron estas voces y sin perder tiempo fueron a la habitación nupcial, amenazando a la joven y abandonada novia para que le dijera la verdad.
-Salió corriendo, lleno de miedo, al oir los primeros disparos. No se despidió de mí. Escapó por allí, por el camino del Handak.
Vencidos y practicamente rendidos, los de Beni Ulichec, Bu Rahail ordenó:
-¡Pronto! Vosotros marchar al campamento para impedir que pueda él llegar allí y reunir a unos cuantos de los suyos. Los demás, vamos a perseguirle para detenerlo, ¡pronto, conmigo!
Media hora más tarde los perseguidores dieron alcance al fugitivo Buchuaf, que llegó a disparar dos veces su arma de fuego, recibiendo a cambio un balazo en una pierna que le impidió correr.
Detenido, fue llevado a Kelatcha, para ser presentado vivo al Hach Amar, pero la impaciencia de sus aprenhensores acabó con él nada más llegar al poblado. Así murió el hombre del misterioso talismán.
Saber manera por el comandante Francisco Franco
Todos los que hemos servido en fuerzas indígenas conocemos la frase tan frecuente en esta guerra entre moros: Teniente fulano no saber manera. Quieren decir con esto que no tiene todavía la malicia de la guerra y hace la aplicación rígida de los reglamentos, sin amoldarlos a la índole especial del combate.
En esta campaña hemos visto frecuentemente los casos en que por no saber manera (emplearemos la frase) se acrecentaron el número de bajas.
El combate en Marruecos se caracteriza por no presentarse el enemigo en los avances en una situación definida y franca. los moros no aparecen al descubierto y hacen del terreno un aprovechamiento ideal. Si se avanza, generalmente retroceden combatiendo, y si las tropas se estabilizan, se aproximan por las barrancadas y zona desenfilada y pronto existen un sinnúmero de tiradores que aprovechan los momentos propios para causar numerosas bajas.
Si a esos tiradores oponéis las rígidas secciones en guerrillas de nuestros reglamentos, aumentarán vuestro heridos. Esto sólo lo evita el oficial obligando a su tropa, al estabilizarse, a hacer un perfecto aprovechamiento del terreno, formando con las piedras pequeños parapetos, que más tarde han de resguardarles de los fuegos enemigos, sin colocar más hombres que los necesarios para la acción, permaneciendo detrás, a cubierto y todo lo próximo que sea posible, el resto de la unidad, despiertos y prevenidos para contrarrestar, caso preciso, cualquier reacción enemiga.
Al subir a las lomas y en los avances ocurre frecuentemente ver aparecer unos enormes guerrillones sobre las crestas. El enemigo hace unos disparos y ocasiona las consiguientes bajas. Por esto hay que enseñar al soldado al subir a las crestas con precaución y gateando, si así conviniese, los últimos pasos, dispuesto siempre a tropezar al enemigo y evitar la sorpresa.
El oficial debe tener instruidas a sus escuadras y clases para que la sección no forme un todo rígido. Si la loma es pequeña o existe una casa, chumberas, etc., las escuadras exteriores rebasarán por las laderas o por los flancos el obstáculo a ocupar y de esta manera se evutarán sorpresas.
Esto que aquñi se indica deben de practicarlo las compañías, formando un conjunto flexible en que las unidades o fracciones se apoyen o flanqueen.
El enemigo emplea en esta guerra mil procedimientos para ocasionar en nuestras tropas efectos de sorpresa. Así se ve una loma ocupada por numeroso enemigo, que éste abandona, al parecer, ante el fuego preparatorio de nuestra artillería. Las fuerzas avanzan a ocuparla, y en esos momentos que el soldado se cree salvado de peligro, los harquellos en oleadas se presentan dando gritos y aprovechan sabiamente la impresión causada.
Contra esto hay que prevenir constantemente a la tropa. Volverlos desconfiados y que si llega este caso, serenos, rechacen la agresión, convenciéndoles de que los moros no llegan al arma blanca más que cuando los soldados corren.
Otra de las modalidades se presenta en la ocupación de las crestas. En una guerra regular la colocación de las guerrillas en la cresta militar es lo apropiado; pero en Marruecos hay que abandonar en la mayoría de los casos esta práctica y ocupar las crestas topográficas, colocando sólo en la militar un pequeño número de soldados que vigilen el acceso a la loma y el fondo de la barrancada, escogiendo para ello lugares a los flancos o aquellos puntos en que el terreno permita llegar a cubierto…

(Continuará)

José Antonio Cano

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Buzián, el primer musulmán marroquí laureado (II)

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