Categorías: Opinión

¡BAILAD MALDITOS!

Por Victor Javier Becerra Martínez

 

Epidemia del baile Estrasburgo

 

En estos días cientos de personas se han congregado en diversos hogares alrededor de un televisor para contemplar con entusiasmo el Festival Europeo de la Canción, Eurovisión.

Las naciones han competido entre ellas para poder alzar el tan ansiado micrófono de cristal, acreditativo del ganador de la competición. No voy a hablar sobre la polémica, eso se lo dejo a otros, seguramente mucho más entendidos en la materia que el que les habla. Pero sí quiero enfocar esta conversación que tenemos usted y yo en lo que conlleva la música e irremediablemente, el baile.

La música nos transporta a otra dimensión, abriéndonos las puertas a un mundo sin complejos en donde el rey es el baile. Rápidamente, si nuestro cerebro se siente emocionado con lo que los oídos le transmiten, comienza a impulsar bellos movimientos, movimientos que nosotros asociamos al hermoso verbo de bailar.

El baile como la música van juntos de la mano. Como si fuéramos aquellos jóvenes enamorados que, en la noche del baile de fin de curso, se unen sus manos otorgándose amor eterno en medio del gentío, danzando al sentir de los latidos juveniles de aquellos corazones que poca vida han visto pero que, sin saberlo, han caídos en la telaraña de aquella araña, que llamamos amor.

El baile, lleva con nosotros tanto como la diversión, pensamiento o cualquier otra expresión de sentimiento humano. Solemos relacionarlo con momentos divertidos o que nos hacen recordar celebraciones pasadas. Pero créanme, lo divertido en ocasiones puede tener una línea muy delgada entre el bien y el mal, entre lo que puede darnos vida o puede quitárnosla.

Esto que les habló lo entenderán mejor si nos situamos juntos. Hay que retrotraerse a la bella ciudad de la actual Francia, Estrasburgo, en 1518, más concretamente al 14 de Julio de ese año. Sus calles se animaban con el trasiego de un día cotidiano del verano, un día más donde el panadero vendía sus panes recién horneados, donde la guardia paseaba por las calles dando una figura de autoridad en aquellos ajetreados y calurosos días. Los taberneros pronto comenzaban a servir sus mejunjes, los artesanos se dirigían a sus quehaceres y los extranjeros se adentraban más y más en aquella urbe francesa. Todo parecía normal, cotidiano, un día más. Pero la suerte pronto cambió para desgracia de la vecina “Frau Troffea”. Según las fuentes de la época, algo se apoderó pronto de ella en aquel día caluroso y comenzó a bailar de manera descontrolada por las calles de Estrasburgo. Lo que parecía más un acto de diversión que otra cosa, pronto comenzó a cobrar tintes más serios cuando las personas de su entorno no pudieron hacerla parar, bailando cuatro días seguidos sin parar hasta su fallecimiento.

Podríamos afirmar que se pudo deber a un caso de histeria o nerviosismo descontrolado por parte de la señora Troffea, pero lo curioso, por llamarlo de alguna manera, es que a ella se unieron centenares de vecinos. Vecinos que simplemente por verla bailar, fueron atraídos a este macabro baile de la muerte en estas últimas melodías de sus vidas. Como si alguien quisiera que aquellos pobres desgraciados pasaran sus últimos alientos de vida, bailando y sonriendo, para adentrase de una forma distinta en el más allá. Las crónicas de la época cifran en cientos de muertes por agotamiento, infarto o derrames cerebrales, tras estar bailando días y días sin parar. Asociando la causa de esta locura a una histeria colectiva o al mal llamado “baile de San Vito”. También se asoció a un calentamiento de la sangre que, según los médicos de la época, podría ser la causa de esta locura. Lo cierto y aunque parezca algo inverosímil, las autoridades decidieron que estas personas siguieran danzando libremente hasta que se desfogasen o simplemente muriesen, facilitando un escenario y músicos para acompañar aún más a esta locura. Pero como se dice habitualmente, lo que viene se va, y de la misma manera que la danza de la muerte tocó sus calles, se fue. Actualmente y desde una visión más alejada podríamos documentar lo sucedido como uno de los primeros casos de enfermedad del baile o, como científicamente se denomina, coreomanía. Catalogándose actualmente en la llamada Epidemia de la danza de la Edad Media.

Ya les mencioné en líneas anteriores, la delgada línea roja que delimita el bien y el mal, lo correcto de lo incorrecto. Cuando usted en estos días venideros escuche una bella melodía y se disponga a bailar solo o con su pareja, recuerde lo que nos cuenta la historia, recuerde esa ciudad de Estrasburgo en 1518 y sobre todo hágase la pregunta: ¿podré parar?

Hasta nuestro siguiente café.

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¡BAILAD MALDITOS!

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