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Lecciones aprendidas

Comandante general

El 24 de junio de 2007, un artefacto explosivo estallaba en la localidad libanesa de El Khiam causando la muerte de seis paracaidistas españoles que se desplazaban en un vehículo Blindado Medio de Ruedas (BMR) hacia la Base Miguel de Cervantes, donde se encontraba el Cuartel General del Sector Este, el español, de la Fuerza Interina de las Naciones Unidas en Líbano (FINUL o UNIFIL).

Tras ese luctuoso percance, como era habitual en nuestra nación (afortunadamente ahora es menos habitual) se produjo un debate público, en los medios de comunicación, sobre las medidas de seguridad de las que disponían los vehículos de nuestros soldados en operaciones.

Para los que no lo recuerden, el debate sustancial se produjo sobre el hecho de si nuestros vehículos disponían de inhibidores de frecuencia o no, a fin de contrarrestar la activación de explosivos por medios electrónicos accionados a distancia. En aquel caso habría sido indiferente porque el explosivo en cuestión había sido accionado mediante cable adecuadamente enterrado y por lo tanto no visible.

El hecho es que el debate público se produjo y alcanzó a establecer comparaciones con los medios empleados por otros contingentes de los que algunos, como el nuestro, en aquellos momentos carecían de inhibidores. Al producirse estas comparaciones, uno de los contingentes, concretamente el italiano, reclamó de las autoridades españolas la obligación de no divulgar las vulnerabilidades de los aliados en esa operación. Si España era tan inconsciente como para sostener en público este debate sobre sus aparentes vulnerabilidades en operaciones, muy bien, era su problema, pero en Italia esa información se protegía porque formaba parte de la seguridad operativa de la fuerza.

En aquellas fechas, la información sobre los aparentes ángulos menos protegidos por el blindaje en nuestros vehículos era moneda de curso corriente en nuestros medios de comunicación. Era difícil de entender cómo la seguridad de nuestros soldados se ponía en juego a cambio de una buena primicia informativa o exclusiva. Hoy en día, sigo sin entender como en nuestra nación hay españoles que se recreen tanto en divulgar nuestras vulnerabilidades, presuntas o reales, por disfrutar de unos segundos de satisfacción personal, poniendo en juego la seguridad de nuestros soldados y de nuestra propia nación.

Recientemente he asistido a una mesa redonda sobre información periodística en operaciones y he preguntado al respecto y los periodistas presentes me aseguraron que, en la actualidad, existe mayor conciencia de que la seguridad de nuestros soldados no puede ser puesta en juego por una primicia informativa.

La seguridad absoluta no existe, como tampoco existen los medios absolutamente invulnerables a cualquier ataque, ni para nosotros, ni para el Ejército que podamos considerar el más invulnerable del mundo. Esta es la razón por la que los profesionales de la milicia, en su inmensa mayoría (lamentablemente no todos), son extremadamente cuidadosos en proteger la información sobre lo que pudiera constituir una vulnerabilidad.

Esta semana, alguien anónimo, escudándose en la protección de las siglas de una determinada formación política, ha tenido a bien afirmar que yo había vendido a Melilla por un asiento en el Congreso. Yo comprendo que hay personas a las que ciertas realidades les cueste más trabajo entenderlas que a otras. El refranero español es sabio y ya saben lo que dice del ladrón. Pues eso, que cree que todos son de su condición. Soy un leal servidor de la nación española, a la que he servido con la mayor abnegación de la que he sido capaz durante toda mi vida, sin distingos ideológicos de clase alguna y a la que, con la ayuda de Dios, pienso seguir sirviendo hasta el fin de mis días con lo mejor de mis capacidades personales. Ese es el único impulso que anima mi actuación pública. Quizás sea difícil de entender, pero es lo que hay. 

El que esto afirmaba, manifestaba que mi condición de antiguo Comandante General de Melilla y mi conocimiento sobre la realidad de la guarnición de Melilla, me desautorizaba para calificar como apocalípticas determinadas perspectivas sobre la seguridad de nuestra ciudad. Al parecer, para esta persona, lo que realmente proporciona autoridad para emitir valoraciones es la falta de experiencia y el desconocimiento. Así nos va.

Por otra parte, quien esto afirmaba, sostenía igualmente que cuando yo califiqué de apocalíptica la descripción sobre nuestras presuntas vulnerabilidades, lo hice en el curso de un debate en el que se solicitaba reforzar las guarniciones de Ceuta y Melilla. Radicalmente falso. Lo que se solicitaba en ese debate era la anulación inmediata de todos los expedientes de residencia de los marroquíes residiendo legalmente en España, la expulsión inmediata y masiva de todos los marroquíes, adultos y menores aún retenidos en Ceuta, la eliminación de visados para todos los ciudadanos de países de origen o tránsito de inmigrantes que no aceptasen el retorno inmediato de sus ciudadanos en situación de irregularidad en España y la declaración de la inmigración irregular como una situación de interés para la seguridad nacional que permitiese aplicar todos los medios disponibles en nuestra nación para impedir la llegada de embarcaciones con inmigrantes a nuestras costas. Ninguna mención al refuerzo de nuestras guarniciones.

No me encontrarán jamás en las descalificaciones personales ni en el desprecio a las personas que opinen de forma diferente a la mía. Creo que a la acción política en nuestra nación le faltan, desgraciadamente, argumentos, y le sobran, más desgraciadamente aún, insultos y descalificaciones personales. Nunca es tarde para incorporar al bagaje de cada cual nuevas lecciones aprendidas.

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Fernando Gutíerrez Díaz de Otazu
Fernando Gutíerrez Díaz de Otazu

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