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La teoría del colapso

Por: Javier Bocanegra- Presidente de Melilla Con Bici

Civilizaciones muy poderosas han ido desaparecido a lo largo de la historia. Cada una de ellas fue pretendiendo, sin éxito alguno, perpetuar su estatus en las distintas épocas que les tocó vivir. La extinción de esas culturas pasadas se debió a diversos factores: guerras, degradación política y social o medioambiental… esta última causa, la medioambiental, cada vez está más presente en los tiempos en los que nos ha tocado vivir, donde esas distintas fuerzas que rigen el clima se están viendo alteradas por nuestra total indiferencia que nos conduce de forma inexorable hacia el colapso.
Las civilizaciones antiguas más importantes desaparecieron, en la mayoría de los casos, por acción directa o indirecta de distintos cambios climáticos severos. Los Mayas, por ejemplo, modificaron el clima sin haberlo pretendido, a través de una deforestación masiva. A medida que talaban árboles para establecer así sus cultivos, provocaron una disminución de la vegetación, la cual llevaría consigo un aumento de la temperatura de la región que podría haber llegado hasta los seis grados, según las estimaciones realizadas por los científicos de la NASA. Un dato científico, el incremento de la temperatura, que actualmente es pasado por alto en los planes urbanísticos. Es lo que se conoce como efecto de sobrecalentamiento de las ciudades (isla de calor urbana).
El poderoso Imperio Khmer fue un reino situado en el sudeste asiático que se desarrollaba no solo por Camboya, extendiéndose a través de más de 1.000 kilómetros cuadrados llenos de canales, fosas y depósitos que lo componían, considerada la mejor infraestructura hidráulica en aquella época. Un imperio que no pudo evitar desaparecer, pues una fuerte sequía hizo que los niveles de agua en los depósitos disminuyeran drásticamente. No fue el único problema al que no supieron enfrentarse: la mala gestión política y social del agua, añadida al problema ambiental, propulsaron la rápida caída de este imperio.


Nuevamente se nos muestra cómo a pesar de los grandes avances tecnológicos alcanzados en las distintas épocas, esta civilización no pudo evitar su extinción, haciéndose imprescindible aprender de los errores pasados, logrando una pulcra gestión de los recursos naturales para resistir estos tiempos tan convulsos, donde la creciente población mundial, la escasez de recursos, los cambios climáticos extremos, la contaminación o la pérdida de biodiversidad nos empujan, cada vez más, hacia un desfiladero al que nadie quiere llegar. Necesitamos ser resistentes, debemos ser resilientes, un término que el ciudadano de a pie desconoce y que, sin embargo, determinará más que ningún otro su capacidad de adaptación ante esos cambios que llaman a nuestra puerta cada vez más insistentemente.
Los recios vikingos nórdicos de Groenlandia también fueron expulsados de su hábitat debido a un cambio en sus condiciones de vida, provocado por un descenso en las temperaturas, pues estas cambiaron drásticamente debido a una bajada de las temperaturas que no fueron capaces de soportar.
Todos estos eventos climáticos extremos condenaron a la desaparición de mayores civilizaciones de sus respectivas épocas, pueblos enteros que colapsaron al dar la espalda a la naturaleza, al medio natural del que formaban parte, algo impensable para el sentido común pero que es todavía pasado por alto en nuestros tiempos.
 Existen en la actualidad numerosos blogs, enlaces, grupos de trabajo en los que confluyen distintos especialistas europeos, entre ellos españoles, que pretenden a través de esa información que se obtiene de estudios que duran décadas, provocar el cambio madurativo que necesitamos. Un cambio que, a pesar de su insistencia, no llega al seguir pretendiendo crecer de forma indefinida en un mundo con evidentes límites físicos.
En el escenario global que se muestra, las alarmas llevan sonando décadas. “Nuestra casa está en llamas” y, sin embargo, el que nos coge el teléfono nos dice que va a reunir un comité para estudiar tanto la gravedad del incendio como los planes de actuación, así como los recursos que se necesitan. Que esperemos pacientemente, que no nos preocupemos, que en unos pocos años intervendrán de forma contundente. “No se alarmen, estamos en ello”, nos dicen al otro lado del teléfono mientras nosotros vemos cómo la gente salta por las ventanas para no quemarse.
En esta “teoría del colapso” nos llega este artículo hace apenas unos días: “España debe prohibir la pesca industrial en más zonas del Mediterráneo ante el riesgo de COLAPSO DE ESPECIES”, donde muchas de ellas soportan una explotación hasta diez veces por encima del valor sostenible. Una palabra que solo aparece de vez en cuando en algunos noticiarios y que, sin embargo, determinaran nuestro futuro inmediato. Al parecer, las destructivas flotas de “pesca de arrastre” están esquilmando el Mediterráneo, algo que llevan décadas haciendo y que solo ahora, cuando las alarmas del colapso se encienden, se pretende actuar.
Nuestros expertos nacionales se muestran con una valentía que es necesario destacar, al enfrentarse al discurso de “lo absurdo”, mostrándoles con su trabajo cómo podemos salir del atolladero en el que todos estamos inmersos.
La falta de recursos alimenticios, energéticos y minerales que sufrimos está provocando que esos servicios que dábamos por sentado se resientan sin remisión aparente. Muchos son los ejemplos que pueden observarse: el cobre, el fósforo, el petróleo y otros menos conocidos, como los materiales raros, el suelo cultivable, la pesca o la calidad del aire imprescindibles todos ellos, llevan presentando síntomas de agotamiento, sin que se haga nada por revertir esta situación, al menos con la profundidad, formación y valentía que se requiere.
En la actualidad, la cantidad de energía que utilizamos para continuar con la vida, tal y como la conocemos, nos está llevando a un escenario realmente complicado. Las cifras de emisiones de G.E.I. seguirán aumentando debido a que la energía utilizada para extracción de minerales se ha disparado sin freno. Una realidad que lleva encima de la mesa décadas, pero que nadie quiere confrontar. Los depósitos de petróleo van mermando cada día que pasa. Podríamos pensar que eso es un factor positivo para reducir los G.E.I., pero es imprescindible su uso en toda la transición energética que necesitamos, una transición que será imposible de realizar si no tenemos la suficiente capacidad energética para poder alimentarla.
Actualmente no podemos obtener la misma cantidad de energía por unidad invertida que conseguíamos en la época dorada del petróleo. Antes era de 1/100 barriles y en la actualidad apenas se llega a 1/5 barriles. Se entiende, entonces, que estemos en un punto en el que obtenemos menos petróleo del que consumimos, con el añadido que el PEAK OIL (punto de extracción máxima de petróleo), se alcanzó allá por el año 2008.
La escasez de los pozos petrolíferos de calidad hace que cada vez sea más difícil obtener un producto adecuado a nuestras necesidades.
El colapso energético está provocando un colapso medioambiental. El consumo de todas las fuentes derivadas del petróleo ha provocado un desgaste salvaje de todos los espacios naturales de nuestro planeta. Esta destrucción está provocando la masiva reducción de todos recursos que podemos obtener del planeta. La biodiversidad, que es amenazada hoy, es responsable de un 40% de todos los procesos industriales del planeta, un dato que sorprende al que lo oye por primera vez y que aliena a esos expertos nombrados anteriormente. Seguimos haciendo oídos sordos a los conocimientos que nos muestran. Estamos matando a la gallina de los huevos de oro, usando un cañón para ello.

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