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El último mohicano

Por: Javier Bocanegra- Presidente de Melilla Con Bici

El ecologismo como tal no debe obedecer a intereses particulares ni a movimientos especulativos de ningún tipo. Su esencia consiste en procurar que la biodiversidad de la que todos formamos parte sea respetada y protegida, y no solo para beneficio nuestro y para el de los seres vivos que existen en la actualidad, sino que debe ser respetada como un derecho inalienable de las generaciones futuras, humanas o no. Este movimiento social, tan necesario en la actualidad, incoloro y transparente a nivel político, debe nutrirse de la biodiversidad que conforma nuestra sociedad, donde nadie, barrio, asociación o individuo quede atrás, pues es en estos momentos tan críticos en los que nos encontramos cuando se requieren de todas las sinergias que puedan producirse. Nadie puede ser considerado cabeza, pata o cola, en el desarrollo de este ser vivo, tan necesario, que es el ecologismo local.  
Un error muy común es pensar que una entidad puede ser principio y fin de cualquier movimiento ciudadano. Ninguna entidad debe de erigirse por encima de otras, sea cual sea el bagaje que la nutra, pues nadie, persona o no, puede aglutinar la complejidad y las necesidades de un ser tan diverso como una sociedad moderna. Peatones de cualquier edad, personas con movilidad reducida, infancia, ciclistas, patines … todos necesitan de espacios específicos, dignos, protegidos y resilientes, donde nadie debería tener el derecho de decidir de manera unilateral cómo serán implementadas las actuaciones, pues nadie nunca las podrá representar todas.


En nuestra naturaleza como seres humanos se encuentra impresa esa especial sensibilidad a los cambios del medio del que formamos parte. Las enfermedades de la era moderna están relacionadas directamente con el tipo de sociedad que hemos conformado durante siglos, pues muchas de ellas ni existían hace apenas unas décadas. La época contemporánea en la que estamos inmersos lleva aparejada continuas agresiones a nuestra salud. El entorno urbano actual da cabida a más de 4.000 millones de personas y en los próximos 30 años serán 7.000 millones. Es decir, que toda la población mundial de este año vivirá en las ciudades de aquí al año 2050, unas cifras que deberían no solo llamar nuestra atención, en cuanto al abastecimiento de materias primas básicas, sino también en cómo los distintos factores que conformarán esa sociedad futura nos afectará a todos.
Negar nuestro propio yo como ente vivo en un mundo tan complejo como el que nos da cabida, con las enormes dependencias de los entornos naturales, solo puede llevarnos a seguir sufriendo continuos tropiezos. Covid, pobre calidad de los alimentos, microplásticos, contaminación, menor esperanza de vida, etc. Todos ellos factores que se relacionan directamente con la forma de entender nuestra sociedad actual.
La contaminación medioambiental se encuentra presente en todos los entornos urbanos, como un vecino molesto al que nadie soporta pero que, sin embargo, nadie se atreve a echarlo del bloque, ni si tan quiera somos capaces de limitar su acceso a las zonas comunes. En la actualidad, las cifras relativas al mal estado del aire que respiramos son alarmantes, pues resta dos años de vida a cada ciudadano europeo, provocando más de 800.000 víctimas mortales y más de 101 enfermedades vinculadas a dicha contaminación, al que debemos sumar la nada desdeñable cifra de 1,4 billones de euros en gasto por muertes y enfermedades (datos 2015). A nadie sorprenderé si les digo que los responsables de dichas cifras son todas las emisiones antropogénicas (acción del hombre) provocadas por nuestro consumo irracional de la energía, donde todas aquellas materias primas que llegan a nuestras ávidas manos son consumidas a un ritmo frenético propio de un mundo físico infinito, un mundo que nunca ha existido, aunque viendo nuestra forma de consumirlo, tal pareciera que sí.
Según las cifras publicadas en el blog de Proquicesa en mayo de 2021, la contaminación de las ciudades nos cuesta casi 1.000 euros por habitante al año. Más de 30.000 muertes han sido registradas por este motivo en nuestro país. Cifras contundentes que no han provocado más que respuestas tibias en grandes ciudades españolas y ninguna en la nuestra.
La naturaleza de los políticos, pese a ser cortoplacista, debería, en un gesto de egoísmo, velar por su propia salud y la de sus seres queridos, aunque el resto de los ciudadanos les importemos bien poco.
El aire de las ciudades en general es bastante democrático. Es decir, no entiende de credos, razas, estatus social o deportivo, aunque, como señaló un afamado genetista, “en la actualidad es más determinante para tu salud el código postal donde resides que el componente genético heredado de tus padres”. Una variable, tu lugar de residencia, traslado y trabajo que, en términos de salud pública, deberían ser tenidos muy en cuenta por los estudiosos en la materia.
Como experimento social, hoy he comprobado mediante un pequeño aparato de medida, cómo las P.M. 2.5 (la amenaza invisible) son producidas en mi lugar de trabajo, sin que nadie haya puesto el foco de atención en ellas, aun registrando valores escandalosos. Partículas, estas, 200 veces más finas que el cabello humano, con la terrible habilidad de campar a sus anchas en cualquier rincón de nuestro organismo. Ictus, Alzheimer, cáncer, diabetes… son solo un ejemplo de su acción en nuestra salud. Una salud que se encuentra en franco declive, haciendo que nuestros hijos tengan menor esperanza de vida que nosotros mismos, un acontecimiento que nunca había pasado en la historia de la humanidad.
Si a esos datos unimos la incapacidad por parte de los organismos públicos y técnicos de procurar un espacio protegido donde realizar ejercicios de convivencia ciudadana, el problema lo podremos observar en toda su magnitud.
Hace pocos días estuvo en nuestra ciudad el ideólogo del PMUS (Plan de Movilidad Urbana Sostenible de Melilla), el señor José Luis Cañavate, un ideólogo formado y con gran experiencia en desarrollar la calidad de los espacios urbanos (aunque admitió que desconocía el estado actual de nuestra ciudad y el desarrollo de su plan urbanístico). Sin embargo, en dicha exposición, señaló la necesidad de realizar un reparto justo del espacio urbano, una idea que compartió en aquella charla.
La ocupación necesaria del espacio público para la coexistencia de un tráfico útil nos señaló que necesitaría tan solo de un 30% de viales del espacio disponible en toda la ciudad. Una cifra que cambiaría nuestra orografía a través de la recuperación del 53% del espacio público para otros usos menos “abusivos y contaminantes”. Me explico: nuestra ciudad infrautiliza el 83% del espacio público para los vehículos a motor, dejando apenas un 20% del mismo al supuesto “rey de la ciudad”, el peatón. Estos datos negativos llevan décadas incrustados en el suelo urbano de Melilla y, para colmo, crecen sin parar, pues ningún plan generalista llámese PMUS o PGOU, logra poner fin a tamaño abuso, ya que nadie se atreve a hacer lo necesario.
No creo, y esto es una opinión muy personal, que el señor Cañavate sintiera ningún halo de esperanza tras su exposición y posterior charla, tras ver con sus propios ojos las recientes canalladas perpetradas por la Consejería de Urbanismo.
El PMUS fue un plan al que nuestra ciudad se obligó, no apareció por arte de magia, o del buen hacer de nuestros representantes políticos, ni entonces ni ahora. Las leyes europeas y, por ende, las españolas, exigieron su diseño y, lo que es más difícil, su implementación en nuestra ciudad. Una ciudad y una ciudadanía que, al parecer, no están preparadas para los cambios que se necesitan, donde son enormes los “sacrificios” que están por llegar y, por el contrario, solo unos pocos, pretenden apretarse el cinturón.
Melilla, en materia medioambiental, no es ejemplo de nada. La calidad del aire, la conservación y promoción de los entornos naturales, la Ley de accesibilidad, el transporte público, las redes peatonales y ciclistas, la protección de la infancia, la salud pública… son valores fáciles de promover en otras latitudes, aunque, sin embargo, en este pequeño cascarón de nuez de apenas 12 km cuadrados, ni asoman.
La propia infraestructura de la Consejería de Medio Ambiente y su personal técnico obedecen a quién sabe qué intereses. Su incapacidad es manifiesta en todos esos problemas a los que hago referencia. La movilidad sostenible es una utopía en nuestra ciudad. Decir que esta consejería ni siquiera apareció en la exposición de Cañavate es algo que ya ni sorprende, aun a pesar de ser la máxima responsable de procurar su cumplimiento y gestión en los años que están por venir. Curiosa forma de hacer ciudad, observando a la entidad pública de Urbanismo llevar el peso a nivel institucional, la voz cantante, por así decirlo, en dicha exposición. ¡OH MY GOD! Las demás presentes, solo salieron en la foto.
En esa misma exposición le enseñé al propio Cañavate la destrucción del, denunciado por mi entidad, bosquete urbano. No daba crédito, máxime cuando se enteró de que la justificación de esa destrucción era la construcción de 4 carriles de coches y 3 rotondas. No quise pensar, ni entonces ni ahora, qué pudo sentir al ver su tremendo trabajo, realizado durante años, despreciado por auténticos zoquetes en la implementación de las políticas urbanísticas que señalaba el PMUS. Fue como ver a Da Vinci explicando a pintores de brocha gorda cómo recrear la Gioconda. Mi indignación fue completa. Cañavate hablaba de Jan Gehl, de Tonucci… referentes mundiales en urbanismo inclusivo, en humanización del espacio urbano, y ellos parloteaban, con total convencimiento, de la necesidad de seguir viviendo en las cavernas.
La movilidad sostenible es el acceso a una movilidad que no hemos sabido resolver. Las infraestructuras en favor del coche no funcionan, nos ilustró Cañavate, lo estamos haciendo mal. Hay que hablar de proximidad, hacer planes para aproximar los desplazamientos, trabajar a pequeña escala. Para evitar la gran escala, nos ilustraba, quería unir a las personas a través de desplazamientos sostenibles e inclusivos, acercar las necesidades sociales, de ocio y trabajo mediante pequeñas intervenciones urbanísticas donde la megalomanía a las que nos tienen acostumbrados los políticos fuera desterrada. El valor de lo pequeño frente al inútil gigantismo, priorizando la vida social de la infancia, de nuestros mayores, frente al coche.
El PGOU se manifestó, como todos temíamos, con toda su crudeza. Destruirá espacios naturales en pro de un urbanismo del que @ciudadMoses se sentiría orgulloso, donde el urbanismo de proximidad será aniquilado en pos de un diseño ajeno al desarrollo de las relaciones humanas. Melilla es la ciudad perfecta para los que saben mirar más allá de sus estiradas poses. Melilla es una ciudad compacta, una ciudad de 15 minutos, algo por lo que otras ciudades matarían. Es cercana, con un clima amable y una sociedad con necesidades muy variadas. Un concepto, la variedad social que, a día de hoy, encuentra apartada en un rincón oscuro, esperando algún día ver la luz.
Vivimos en unos tiempos de cólera. Nos guste o no, deberíamos de ser capaces de revertir el estatus quo actual si queremos tener una oportunidad para nosotros y nuestros hijos. Las oportunidades se van quedando atrás, día tras día, sin que nadie haga nada por evitarlo. Los consejeros están a otra cosa, cada uno hace según su sensibilidad individual, en ese affaire con ciertos sectores de la ciudanía, disgregando la sociedad melillense a su antojo, omitiendo de manera inconsciente o deliberada el desarrollo de todo lo que defienden los expertos como Cañavate, esas ciudades #8/80 dinámicas e inclusivas, donde todos nos encontramos y que nuestros políticos aún ni ven.

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Redacción

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