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Han pasado poco más de 33 años desde que Adolfo Suárez visitó Melilla. Pero los recuerdos de aquel viaje histórico no se han apagado con la muerte del primer presidente de Gobierno de la Democracia en España. La hemeroteca y la memoria de quienes vivieron aquella visita rescatan en estos días muchas de las anécdotas que Suárez protagonizó en las 17 horas que permaneció en nuestra ciudad, que también consideraba suya, como se encargó de decir varias veces a las miles de personas que se echaron a las calles para recibirlo el 6 de diciembre de 1980. Pero también dejó patente ese sentimiento por escrito en el Libro de Oro de la Ciudad, donde Adolfo Suárez confesó que se sentía melillense “con orgullo” y por muchas razones. “A la Ciudad de Melilla, con la admiración, gratitud y afecto de quien por tantos motivos se siente, con orgullo, melillense”. Éste fue el mensaje que Suárez dejó plasmado en el Libro de Oro, y que resume en solo 21 palabras el sentimiento que despertaba esta pequeña ciudad en el cebrereño. Aquí pasó seis meses de su vida haciendo las prácticas de la milicia como alférez de complemento en el Regimiento de Infantería 'Melilla' número 52. Un episodio que también rememoró en la puerta del Palacio de la Asamblea, ante los 2.000 ciudadanos que estuvieron esperándolo, a los que llamó “paisanos míos de Melilla”, que le correspondieron el gesto con grandes ovaciones. Las mismas que volvieron a repetirse poco después, cuando Suárez dijo que trabajar por Melilla “es trabajar por lo mejor de España”.
Suárez no entró en la sede consistorial, como bien se encargaron de remarcar muchos de los 30 periodistas llegados desde todos los puntos de España al apuntar que “no subió ni un peldaño” de las escaleras del simbólico edificio de Enrique Nieto. Pero aquel detalle no importó a los muchos melillenses que aclamaron al primer presidente del Gobierno de la Democracia en los puntos neurálgicos de su visita a la ciudad.
Empezó con los ministros
El primero de ellos, el aeropuerto, donde el helicóptero de Suárez aterrizó a las cinco de la tarde del 6 de diciembre de 1980. Un sábado legionario histórico que arrancó cuatro horas antes con la llegada de dos de los ministros de su Gobierno, concretamente el de Trabajo, Félix Manuel Pérez Miyares, y el de Industria y Energía, Ignacio Bayón. No viajaron junto al presidente, como inicialmente estaba previsto, debido a que Suárez tuvo que desplazarse a Lisboa para asistir al funeral por el primer ministro portugués, Sa Carneiro.
Esto obligó a reajustar la agenda de Suárez, aunque los dos ministros mantuvieron la suya y aprovecharon para inaugurar la central de Endesa y visitar la nueva sede de la fábrica IRESA (Industrias Reunidas S.A.), además de para conocer Melilla La Vieja, en la que las primeras autoridades de la ciudad ejercieron como guías. Entre ellos José Manuel García-Margallo, que actualmente es ministro de Asuntos Exteriores, pero en aquella época era un jovencísimo diputado que llegó a la recepción de los ministros cuando éstos ya salían del aeropuerto porque, según dijo después, había “mucho tráfico”.
Ésta fue una de tantas anécdotas de este viaje histórico, que ya empezó a vivirse de lleno en Melilla en los días previos. El alcalde, Rafael Ginel Cañamaque, había pedido a los ciudadanos que respondieran masivamente a la llegada de Adolfo Suárez, ya que hacía más de 50 años que Melilla no recibía a un presidente del Gobierno. Y los melillenses no desoyeron el llamamiento de la primera autoridad local, ya que arroparon de forma multitudinaria al presidente del Gobierno en cada uno de los lugares donde fue parando a lo largo de su estancia en la ciudad.
“Ánimo, muchacho” y “el mejor presidente del mundo” fueron algunos de los piropos que Suárez recibió de los cerca de mil melillenses que se congregaron en el aeropuerto, donde el presidente fue recibido con salvas. Una de las ciudadanas que allí lo estaban esperando sacó a Adolfo Suárez uno de los muchos guiños que hizo a la españolidad de nuestra ciudad. “¿De quién es Melilla?”, le preguntó la mujer. “Melilla es nuestra”, le respondió Adolfo Suárez, que inmediatamente después se marchó al cuartel Millán Astray para participar en los actos del sábado legionario con honores de ordenanza. También se reunió con las máximas autoridades militares de Melilla para hablar de los problemas y preocupaciones que sufrían las Fuerzas Armadas en aquellos momentos, entre los que estaban el terrorismo.
Multitud en la Pza. de España
Pero posiblemente el momento neurálgico de la visita de Suárez a Melilla tuvo lugar en torno a las 19.30 horas en la Plaza de España. Allí, Suárez recibió la Llave de Oro de Melilla de manos del alcalde, que dijo que el agradecimiento del Pueblo melillense era “muy grande” por esta visita. En su réplica, Suárez mostró tanto cariño hacia la ciudad, que el público se saltó el cordón de seguridad para corresponderle con abrazos y besos.
Según recogió la prensa de la época, el presidente tuvo serios problemas para llegar a su coche, donde le llevaron prácticamente en volandas para llevarlo justo al lado, a la Delegación del Gobierno, donde estuvo reunido durante más de dos horas con los delegados ministeriales para hablar de los principales problemas que sufría Melilla. La Comisión Provincial del Gobierno pidió soluciones urgentes para la sanidad y la vivienda, pero también para otros asuntos que hoy en día siguen dando que hablar, como la necesidad de mejoras los transportes, apostar por el turismo y dotar de más infraestructuras a la educación.
Suárez se comprometió a destinar casi 200 millones de pesetas a la prisión y unos 100 millones para el Hospital de la Cruz Roja, así como a construir nuevos centros educativos y equiparar las tarifas aéreas con las de Canarias, que entonces estaban congeladas. Sin embargo, algunas de esas promesas se vieron comprometidas porque el presidente del Gobierno dimitió apenas un mes después, el 29 de enero de 1981.
Un paseo de madrugada
Era bien entrada la noche cuando Suárez salió de aquella reunión, pero no había terminado ni mucho menos su visita. En el Parador de Turismo recibió a la Corporación Municipal, a la que inicialmente iba a saludar, pero con el que finalmente departió durante 45 minutos porque quiso profundizar en los problemas de Melilla. Algo similar ocurrió después con los responsables de la Cámara de Comercio, que incidieron en la necesidad de potenciar los transportes, tanto el marítimo, duplicando los trayectos de la línea de Málaga, como el aéreo, ampliando la pista de aterrizaje.
El último acto de la visita oficial a Melilla fue la cena de Suárez con 300 personas, entre ellas los responsables de su partido la UCD. No fue en el Parador, sino en el Balneario Municipal número 2, que en aquellos años se ubicaba en San Lorenzo. Allí, el presidente confesó a sus compañeros de partido que el viaje a Melilla le había rejuvenecido 23 años, los mismos que habían pasado desde que hizo la mili en nuestra ciudad, que también consideraba la suya.
Y para rememorar aquellos momentos, cuando terminó la cena y todos se marcharon a sus casas, Suárez pidió a su chofer que se detuviera en la Avenida. Allí, junto a sus dos ministros, dio un paseo. Nada extraño si no fuera por la hora, cerca de las tres de la madrugada, a pesar de que al día siguiente debía levantarse temprano para regresar a la península. Aquello ocurrió poco después de las diez de la mañana de un plomizo domingo. Pese a la lluvia, el frío y el mal tiempo, todavía hubo muchos melillenses que se acercaron al aeropuerto para despedirse del primer presidente del Gobierno de la Democracia, que se marchó igual que vino: con la banda de la Comandancia General y las salvas del Regimiento de Artillería número 32.
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