melillahoy.cibeles.net fotos 793 Adolfo Suarez d
El reciente fallecimiento del primer presidente del Gobierno elegido democráticamente tras el fin de la dictadura, parece haber cerrado un capítulo de la historia de España, una época que muchos, aún sin hacer ningún tipo de esfuerzo, reconocen que fue decisiva en el devenir de un país que, en momentos de fuerte crisis política, económica e institucional como la actual, parece no querer olvidar su pasado. La figura de Adolfo Suárez ha sido determinante en ese pequeño capítulo de la historia de España, pero también aquí en la ciudad de Melilla, por cuanto algunas de las decisiones del presidente del Gobierno entre 1976 y 1980, fueron importantes para reafirmar la españolidad de una ciudad que, en aquellos años, sufrió algunos de los peores ataques hacia su soberanía por parte de Marruecos.
Quizás este sea el ámbito en el que mejor pueda encuadrarse un breve estudio sobre la importancia de Suárez en la ciudad, pues el proceso de transición a la democracia, aún con alguna especialidad, culminó en Melilla al igual que en el resto del país, con la aprobación de la Ley para la Reforma Política en 1976, las elecciones generales de 1977 y la aprobación en referéndum de la Constitución en 1978. Sin duda las relaciones hispano-marroquíes fueron uno de los frentes en los que tuvo que actuar el Gobierno de Suárez con una contundencia que, años más tarde, bajo otros ejecutivos, echaron en falta muchos melillenses.
El momento en el que Suárez accede al poder no era fácil. España, incumpliendo una resolución de Naciones Unidas y violando los derechos de la población saharaui, decidió entregar el Sahara Occidental a una dictadura criminal capitaneada por Hassan II. Recordemos que los últimos militares españoles estuvieron en el Sahara hasta febrero de 1976. Con esta deshonrosa acción, la dictadura franquista culminó un desastre que se venía anunciando desde años antes, dada la incapacidad del régimen para entender el complejo mundo de las relaciones internacionales y del derecho internacional, pues su visión, en aquel momento, estaba anclada en la lucha contra el comunismo como principal divisa. Tras el verano de 1976, Suárez es nombrado presidente del Gobierno y le toca bailar con una de las más feas, la bronca permanente con el vecino del sur, el reino alauita. En cualquier caso, del corto período en el que tuvo que hacer frente a ese conflicto mal contenido con Marruecos, me quedó con algunas acciones que mostraron la firmeza del presidente en momentos críticos. El primero fue el reconocimiento expreso que hizo el Gobierno de Suárez en septiembre de 1977 en Naciones Unidas hacia los derechos de la población saharaui, al afirmar el ministro de Asuntos Exteriores, Marcelino Oreja, que la verdadera descolonización del Sahara se llevaría a cabo en el momento en el que la población saharaui pudiera pronunciarse en un referéndum de autodeterminación, como así establecen las resoluciones de Naciones Unidas. A Suárez y su equipo no le importaron las reacciones del vecino y eso es importante. Hoy en día sería impensable una conducta similar en un presidente de España, por lo general sometidos a las veleidades que vienen del reino alauita, como nos lo han demostrado todos los que sucedieron a Suárez en el cargo, con alguna honrosa excepción en momentos concretos.
En 1977 se tenía previsto firmar un acuerdo de pesca entre España y Marruecos. Ni que decir que el reino alauita retrasó esa firma por el motivo aludido. Pese a ello, en junio de 1978 Suárez viajó a Rabat para intentar desbloquear el acuerdo. No fue posible. Pero lo que sí hizo y es una segunda acción que le honra, fue viajar a Argel en 1979 y reunirse con el presidente de la RASD, Mohamed Abdelaziz, otra cosa impensable hoy en día, ahí es nada. El tercer acto de firmeza se producirá ese mismo año 1979, momento en que Mauritania se retira de su zona de control en el antiguo Sahara español, siendo ocupada también por Marruecos. El Gobierno español contestó reiterando su deseo de que se celebrara el referéndum de autodeterminación. A ello habría que unir la apertura de una comisión en el Parlamento en 1978 en la que se analizaron las razones de la salida de España del Sahara Occidental incumpliendo el mandato de Naciones Unidas. Son todas ellas acciones que honran a Suárez, a pesar de que no se pudo firmar el nuevo acuerdo de pesca hasta 1982 y entonces, solo por seis meses.
En el marco de las relaciones hispano-marroquíes, también destaca la firmeza del Gobierno frente a la reivindicación marroquí. Sin duda fue el viaje de Suárez a la ciudad, en diciembre de 1980, el momento cumbre de su mandato en lo que se refiere a Melilla, eso y la reunión que mantuvo con el alcalde de la ciudad, Luis Cobreros, en 1976, antes de la aprobación de la Ley para la Reforma Política, debido al malestar causado en la ciudad por la publicación de un informe a cargo de AP en el que se ponía el acento en el problema que suponían Melilla y Ceuta en el entramado de las relaciones hispano-marroquíes. El apoyo del Gobierno central fue rotundo hacia la ciudad.
Pero volvamos a diciembre de 1980. Suárez estaba a punto de dimitir. Y sin embargo vino a Melilla, en un viaje polémico por el momento de crisis en el que se llevó a cabo. Me quedo con una de las declaraciones del presidente en su visita a Melilla, bastante elocuente, a saber, "este viaje es importante por cuanto hemos pretendido romper esa imagen de entreguismo y tratar de solucionar los problemas más graves y urgentes que tienen Ceuta y Melilla". La palabra entreguismo duele, pero en Melilla era evidente que la población no se sentía a gusto en un momento en que aún no se había definido con claridad su estructura institucional y de hecho, no lo hará hasta el año 1996. Marruecos protestó, pero el viaje se hizo. A Suárez se le criticó que defendiera la que se ha llamado en el ámbito de la acción exterior española en el Magreb como política de equilibrio. Bien, con sus imperfecciones, lo cierto es que no era tan mala, si acaso habría que haberla reformulado en algunos puntos. La otra opción es la actual, la de primar las relaciones con Marruecos como principal actor en la zona, con las consecuencias que ya sabemos. Los años suelen hacer justicia a quienes no la tuvieron mientras ejercían labores de gobierno. Y el tiempo nos ha mostrado que se puede viajar a Melilla, como hizo Suárez hace 34 años, sin necesidad de pedir permiso, algo que, ningún otro presidente del Gobierno ha entendido, ni Calvo Sotelo, a quien debemos el segundo gran giro promarroquí de la política exterior española en el Magreb, ni Felipe González, que nunca vino y dejó a la ciudad sin estatuto de autonomía hasta 1996, es decir, sin culminar su transición institucional, ni Aznar, que utilizó el estúpido subterfugio de venir como presidente del PP ni Zapatero, que se comió la mayor crisis migratoria hispano-marroquí y tuvo que contentar a los melillenses con un hospital, aún no terminado, como si con ello se pudiera compensar a la población local del desastre que comenzó a vislumbrarse en aquellos años y estamos reviviendo en estos momentos. Suárez vino a defender Melilla y Ceuta de las presiones marroquíes y así lo dijo en sus declaraciones. Y ello le honra y le honrará para la eternidad, al menos en nuestra querida ciudad norteafricana.
PIES DE FOTO:
Adolfo Suárez con el melillense Sebastián Villar
El ex presidente con el matrimonio Guillermo Benet y Encarnación Villar
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Adolfo Suárez, Melilla y las relaciones Hispano-Marroquíes
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