La lectura de la prensa cotidiana y el seguimiento de la actualidad de nuestra sociedad nos conducen, con pocas opciones para el optimismo, a la constatación de la existencia de un clima de polarización que, apoyándose en cualquier pretexto, sin importar mucho la mayor o menor veracidad o credibilidad de éste, nos permite zaherirnos mutuamente, con la más beligerante de nuestras actitudes, resucitando con ello el más agrio cainismo del que nuestra Patria ha protagonizado tantas páginas a lo largo de nuestra historia.
Quisiera establecer una diferencia, a este respecto, entre polarización y polaridad.
La polaridad, desde mi punto de vista, es natural y sana. Proviene de la existencia de puntos de vista diferentes sobre la misma realidad, consustanciales con la diferente perspectiva con la que, por infinidad de razones, contemplamos y percibimos los hechos del pasado y del presente y nos posicionamos ante los que prevemos puedan producirse en el futuro. La polaridad forma pues, parte consustancial de nuestra naturaleza y no presenta, por sí misma, ningún problema. A diferentes perspectivas de la realidad, diferentes posiciones respecto a la misma que nos conducen a agruparnos con los que comparten de una manera más aproximada (casi nunca exacta) nuestra propia forma de percibirla. Estas agrupaciones se producen en torno a diversos “polos” de pensamiento, produciendo la polaridad.
Cuando esa polaridad se exacerba, tratando de convertirla en justificante para la confrontación e incluso para la descalificación, la deslegitimación, el insulto y hasta la cancelación del discrepante, nos adentramos en el terreno de la polarización, enemiga, en mi opinión, de la convivencia y de la capacidad de construir, entre todos, un futuro más asumible, aceptable y confortable para todos. La polarización se encuentra, precisamente, en el origen de nuestras luchas cainitas y de nuestra lamentable predisposición a llevarnos mejor con los que tenemos lejos que con los que tenemos cerca. A aquéllos los tratamos esporádicamente y sus problemas nos atañen a tiempo parcial, mientras que, a éstos, a los cercanos, los tenemos constantemente presentes y sus discrepancias nos perturban continuamente. Esto incide, lamentablemente de forma negativa, en nuestra estabilidad social, territorial, ideológica, económica, de valores y en prácticamente todas las facetas de nuestras vidas cotidianas.
Este domingo, Día de la Fiesta Nacional, nos ofrece una fantástica oportunidad, que deberíamos aprovechar, para reflexionar sobre ello.
Celebramos este domingo una feliz festividad de fraternidad entre todos los ciudadanos que formamos parte de este proyecto colectivo, que se consolida con el transcurso de nuestra historia compartida y que la comunidad internacional de naciones conoce y reconoce como España. Es el Día de nuestra Fiesta Nacional.
De entre todas las definiciones de Patria que se han formulado en el devenir de nuestra historia compartida como nación, mi favorita es, sin duda, la contemplada en las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas de 1978, en cuyo artículo 2 se manifestaba que “bajo el mando supremo del Rey, las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, están exclusivamente consagradas al servicio de la Patria, quehacer común de los españoles de ayer, hoy y mañana, que se afirma en la voluntad manifiesta de todos”.
Sea bienvenida la celebración de esta festividad en estos tiempos de afirmaciones políticas extraordinariamente contundentes, en ocasiones abruptas e incluso agresivas y de confrontaciones aparentemente irresolubles para detenernos durante una jornada en la constatación de la maravillosa realidad que conformamos entre todos los españoles y que conmemoramos con esta festividad del Día de la Fiesta Nacional.
Aunque alguno de los eventos más relevantes de esta celebración se sustancie con la participación de diferentes Unidades y recursos de nuestras Fuerzas Armadas, con especial mención, como es lógico, a la parada y desfile militar del propio 12 de octubre, no es éste el Día de las Fuerzas Armadas, el día en el que los españoles rendimos homenaje a los soldados de nuestros Ejércitos. Tal día se conmemora, como es sabido, anualmente, en el fin de semana más próximo a la festividad de San Fernando, el 30 de mayo.
Este día, el de la fiesta nacional, es el día de todos nosotros, el de todos los españoles, a cuyos eventos nuestros soldados aportan, como siempre hacen, lo mejor de sí mismos para que esta celebración adopte la brillantez de la que todos deseamos se vea adornada, para hacer así gala de lo que realmente conmemoramos, la espléndida realidad que hoy representa nuestra nación como consecuencia del esfuerzo acumulado de los españoles de todos los tiempos que, en el momento en el que les correspondió, dieron lo mejor de cada uno para que ese “quehacer común de los españoles de ayer, hoy y mañana que se afirma en la voluntad manifiesta de todos” que se definía en las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas de 1978, fuera en cada uno de los episodios de nuestra historia, glorioso y un logro del que sentirse orgullosos.
Leo y escucho estos días, confieso que con tristeza, manifestaciones de personas de diversas edades, mentalidades e ideologías (de diversos “polos”), afirmando que el estado de convivencia que nos dimos los españoles en el período que conocemos como la transición, fue un engaño para unos e imposible de repetir para otros, pareciendo estar empeñados, unos y otros, en afirmar que no éramos sinceros cuando asegurábamos que habíamos aprendido las lecciones de la historia. Yo creo que los protagonistas de aquella transición, aquellos que sí vivieron en primera o segunda persona aquella historia, lejana, aunque no tanto, nuestros abuelos y padres, sí que aprendieron aquellas lecciones.
Quiera Dios que los españoles de nuestra generación estemos a la altura de los que nos precedieron y continuemos añadiendo páginas de éxito a ese proyecto compartido que a todos nos corresponde llevar al futuro con la mirada puesta en las generaciones que están por venir y que merecen recibir una España, al menos tan esperanzadora y esperanzada como la que nosotros recibimos de nuestros padres.
Feliz Día de la Fiesta Nacional a todos.
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